martes, 7 de agosto de 2018

SERIE MET XI: el uso eficiente de la leña



     “Una sarga bien caudilladica, sí, bien, bien…
! Y que no le pase lo mesmo que a la de al lau… jodó!”  (agroforestalismo del Tío Miguel)

...”esa rara bondad de la gente llana, de la gente que cayó en el mundo e hizo lo que pudo.” (Manuel Vilas. Ordesa)


La leña es la madera utilizada para hacer fuego en estufas, chimeneas o cocinas. Es una de las formas más simple de biomasa, neologismo reciente asociado también a intereses de marketing, entre otros. Usada mayormente para calefacción y cocina, es extraída de los árboles y arbustos. Un rimero de leña aventaja ampliamente al pellet y a la astilla en no precisar demasiada energía añadida para su elaboración y distribución. Combustible escaso, preciado no hace tantos años, actualmente no es tan utilizado, y podemos ver con frecuencia excedentes en montes, riberas y ribazos.
Se trata de un combustible y una tecnología atávica. Tenemos evidencia de su uso hace 1,5 millones de años, que no es poco; aunque el uso documentado arqueológicamente se sitúa en torno a los últimos 400.000 años. El fuego ha logrado su mayor impacto en los cambios de las sociedades humanas a partir de la revolución industrial. La evolución tecnológica se ha basado en buena parte en el fuego. Este ha influido en la biología del Homo sapiens, así como en su evolución cultural. Es conocido el efecto hipnótico y evocador que tiene la contemplación del fuego para muchas personas: “el fuego hace compañía”, probablemente fijado intensamente en nuestros cerebros a causa del remoto uso en los primeros hogares humanos.
En Occidente su uso para cocinar se ha reducido muchísimo. No sucede así en muchas otras partes del planeta, donde sigue siendo el único combustible disponible, y cada vez más escaso. En nuestro entorno se mantiene todavía como una opción de combustible para calefacción.
La idea de uso eficiente, es relativamente reciente. Los usos tradicionales (cultura) del fuego se han mantenido con apenas pocas modificaciones desde hace siglos, cuando no milenios. Actualmente sabemos que consumimos mucha energía inútilmente para calentar, así como también para refrigerar nuestras casas. Los sistemas convencionales (chimeneas, estufas, calderas, etc.) a base de este combustible son bastante ineficientes y contaminantes, cosa que es poco conocida.
Para plantearse el uso eficiente de la leña, conviene tener en cuenta básicamente dos grandes ámbitos de renovación:
1 - La utilización de sistemas de combustión eficientes.
Un ejemplo: En Austria, donde para la calefacción doméstica con leña se utilizan estufas de inercia térmica (las conocidas kachelofen), 400.000 de ellas generan 1.800 megavatios, equivalente a la producción de varias centrales nucleares. En nuestro país, ni este tipo de dispositivos, ni sus ventajas, son suficientemente conocidos, a pesar de algunas incipientes iniciativas (Ekosua, Ecofoc, entre otras). La utilización de sistemas de combustión eficientes debería estar liderada por la administración, para que su conocimiento y difusión tuviera mayor éxito.
2 - La gestión razonable y sostenible del recurso.
Se basa en la buena gestión de los bosques (restos de poda, limpias de montes, desbroces de carreteras, regeneración del bosque autóctono, escamondas y trasmoches), por una parte, y en una accesible distribución local de leña (consumo de proximidad), por otra.
Pelletizar bosques sin una óptima gestión forestal podría ser un grave error; sería una vez más materia prima extraída de los montes y riberas de Teruel sin beneficios directos para su gente. La silvicultura asociada, en este ámbito, debe ser cuidadosamente planificada, regulada y vigilada.
Nuevos enfoques, como el llamado agroforestalismo (plantación de árboles en los campos de cultivos herbáceos), la gestión del patrimonio del chopo cabecero, la biomasa contenida en los montes comunales y de propios, etc., se hacen sin duda necesarios. Como dijo Chabier de Jaime respecto al chopo cabecero: “deberíamos encaminarnos hacia la implicación de la sociedad en su conservación y mantenimiento, hacia su aprovechamiento energético (biomasa), y hacia su valorización cultural.”

Manel Moya
Colectivo Sollavientos

martes, 31 de julio de 2018

SERIE MET X: “EL CHOPO CABECERO COMO RECURSO ENERGÉTICO: usos tradicionales y futuro deseable


Desde finales de la Edad Media hasta el siglo XIX la economía de las Tierras Altas de Teruel se especializó en la producción de lana. Este producto era destinado tanto a la exportación como, sobre todo, a una industria textil autóctona que llegó a ser muy importante.
Durante más de quinientos años, miles y miles de ovejas han pastado en los montes y valles de este sector de la Cordillera Ibérica. Los bosques originales se transformaron en pastos y tierras de labor, mientras iba surgiendo un acuciante problema para sus gentes. Bueno, en realidad, dos.
Por un lado, la necesidad de leña para su uso como combustible. Este problema no se resolvió. Tras la tala de los árboles se siguió con la de los arbustos. Enebros, guillomeras, aliagas y sabinas fueron aprovechados creando, con el tiempo, los paisajes deforestados que pueden verse en las fotos antiguas y que en las últimas décadas comienzan a recuperarse.
Por otra parte, faltaba madera de obra para la construcción de edificios. La solución fue plantar chopos en las riberas y hacerlos cabeceros. El desmoche regular proporcionaba las necesarias vigas. El rebrote de los vástagos en la cabeza del árbol se producía lejos del acceso del diente del ganado que pacía en su entorno. Una inteligente solución para compatibilizar la ganadería extensiva y la producción forestal. Como complemento, las ramas menores obtenidas tras la escamonda servían como combustible en las glorias domésticas o en los hornos de tejerías o panaderías.
Así, hasta el éxodo rural y la llegada de las vigas de hormigón. Desde entonces, buena parte de los chopos cabeceros fueron abandonados, y los que seguían gestionándose, lo eran para dedicar las ramas a su uso como combustible doméstico, tras hacerlos tarugos. En la actualidad este es el único aprovechamiento económico. Es la única razón que mueve a los agricultores a realizar el desmoche, tan necesario para conservar a estos árboles, así como su valor ambiental y cultural.
El uso de combustibles fósiles y la regresión demográfica en el medio rural hacen cada día menos necesaria la leña de chopo cabecero. Una amenaza más para su futuro.
Mientras tanto, en un cambio de modelo, resurge la biomasa como una fuente energética posible. En un primer momento se consideró el empleo de las ramas de chopo cabecero como materia prima para la fabricación de pellet. No parece ser el camino, pues las empresas prefieren el pino. El desmoche manual sobre el árbol requiere además mucha mano de obra y encarece el producto, y la rentabilidad del pellet lo hace inviable.
Mientras tanto, ¿qué les está ocurriendo a los árboles trasmochos que jalonan las campiñas del centro y oeste de Europa? Antes de abordarlo hay que recordar las diferencias que nos separan. Por un lado, en estas sociedades se aprecia mucho más los valores ambientales y culturales de estos árboles. Por otro, son países con una alta densidad de población en el medio rural, por lo que existe gran demanda de leña para uso doméstico en el entorno de estas arboledas.
En estos países, cuando las ramas de los trasmochos no son muy gruesas y los árboles no muy altos, los propietarios se encaraman a la cabeza con su motosierra y lo desmochan. Las ramas son hechas tarugos con ayuda de la familia o de los vecinos que, entonces, se reparten la leña.
Cuando los árboles están en espacios públicos (márgenes de carreteras) o tienen grandes ramas cuyo desmoche manual es peligroso o caro, se está implantando la mecanización. La tecnología avanza. Sobre una máquina retroexcavadora de uso polivalente se puede instalar un cabezal dotado de grapas y motosierra que, a una altura variable, agarra y corta las ramas de los trasmochos, y las introduce después en una trituradora que produce astillas. Estos productos, tras su secado en un espacio cubierto, son utilizados como combustible en sistemas de calefacción de viviendas, granjas o edificios públicos. En algunos países como Francia, se está apostando abiertamente por el cultivo simultáneo de herbáceas y de árboles en una misma parcela, así como por la autonomía energética de las explotaciones agrarias aprovechando los recursos forestales.
Los chopos cabeceros del sur de Aragón constituyen una variante secular de agroforestalismo, que tiene todo un futuro en un nuevo marco energético. Hay que encontrar la clave para activarlo.



Chabier de Jaime Lorén
Colectivo Sollavientos

martes, 24 de julio de 2018

SERIE MET IX: la herencia del carboneo.


En Cerveruela (Campo de Daroca), en la primavera de 2010, se celebró un encuentro de carboneros organizado por la Asociación cultural “La Chaminera que humea”. Montaron la carbonera o “calera” y revivieron la vida de sus antepasados. Esta práctica ancestral, que ha pervivido en nuestro territorio hasta hace pocas décadas, es un buen ejemplo de un modelo energético de aprovechamiento de la biomasa. Y ha dejado recuerdos y herencias. Los primeros se desvanecen poco a poco; los restos de la actividad son efímeros, pero quedan documentos que la atestiguan, topónimos que acreditan su importancia (Carboneras de Guadazaón, en Cuenca, por ejemplo) y, sobretodo, una vegetación actual, con una estructura de plantas tallares, de porte arbustivo, que pone de manifiesto la amplia extensión de esta actividad en la provincia y la necesidad de intervenir sobre dichas plantas para que recuperen parte de la funcionalidad perdida.

No son muy frecuentes los documentos que atestigüen la actividad, pero tampoco podemos decir que ésta no haya dejado rastro en la historia turolense. Hay algunos en los archivos históricos, en particular de los últimos siglos de la Edad Moderna, aunque indudablemente reflejan una práctica que se hacía ya con anterioridad, al menos desde el medievo.

A tenor de las referencias documentales, este aprovechamiento se localizaba sobre todo en las zonas más altas y húmedas (como Gúdar-Javalambre, Albarracín, Maestrazgo…). El territorio se especializaba en función de su aptitud, y eso nuestros antepasados lo controlaban muy bien. Es cierto que, en otras comarcas, como la del Martín o la del Jiloca (piénsese en la producción de hierro en esta última área), también había un aprovechamiento intenso de los carrascales. Pero, aunque no es descartable que pudiera darse en alguna medida el carboneo, puede que se trate solo de acopio doméstico de leña, una necesidad básica de subsistencia.

Para los concejos era una fuente de ingresos estupenda en la financiación de sus servicios. Dejaban madurar los bosques y, llegado el momento, cedían los derechos de tala y carboneo a cambio de dinero. Luego, el espacio se cerraba para que se regenerara. A esto se añadía la limpia, poda y entresaca regular de las superficies forestales para carboneo.

Las especies afectadas no podían ser cualesquiera, sino árboles con abundante y enérgico rebrote tallar, si se cortaba su eje principal, y de madera con alto poder calorífico. El roble (Quercus faginea, principalmente) y la carrasca (Quercus ilex) eran los preferidos, pero no los únicos.

El aprovechamiento de los carrascales y rebollares en forma de porte tallar está muy extendido en amplias zonas montañosas del sur de Aragón, en donde estas especies forestales son dominantes. Es un sistema de gestión forestal de gran interés ambiental. Los estudiosos británicos de ecología del bosque le conceden mucha más importancia que los ibéricos, para quienes estos sistemas vegetales son una fórmula degradada de las dehesas, olvidando su representatividad en el paisaje en amplias zonas de la Península y sus funciones ambientales.

En la actualidad hay pocos encinares en Teruel que no sean montes bajos. El Dr. Montserrat hablaba de montes “butaneros” para referirse a los que habían evolucionado a partir de la aparición de la bombona de butano y el consiguiente cese del carboneo, y el relajamiento en el aprovechamiento de leñas (años 1950). Probablemente, ambas formas de explotación, carboneo y acopio de leña, implicaron la eliminación de especies arbóreas de menor interés para la gente (arces, serbales...) y un cambio en la estructura de los árboles. En un curso de la Universidad de Verano de Teruel, Carlos Gracia, de la Universidad de Barcelona y CREAF (Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales), explicó que estas carrascas rebrotadas desde la raíz, con numerosos tallos desde abajo (simpódicas dicen los botánicos) eran más vulnerables a la sequía. La causa es que en ellas aumenta la proporción de tallos y ramas (tejido leñoso que consume energía) respecto a la de hojas (tejido que la produce). El problema se soluciona con una práctica que los forestales llaman resalveo, que consiste en cortar varios de los tallos y dejar 2 ó 3 para que la carrasca adquiera un porte más arbóreo (monopódico). En el Parque Natural de la Dehesa del Moncayo, el ingeniero de la DGA Enrique Arrechea resalveó una masa de rebollos y mostró reveladoras imágenes tras un año de sequía: la masa resalveada estaba verde y la no resalveada marrón, afectada por la falta de agua.

¿Qué hay que hacer en estos bosques herederos de este modelo energético y actualmente vulnerables a las sequías, cada vez más frecuentes? ¿Qué habría que hacer tras el cese del aprovechamiento de una fuente de energía tradicional (el carbón vegetal y la leña) para mejorar la salud de los carrascales intervenidos durante siglos y que ahora presentan una descompensación entre troncos y hojas? Al igual que, después del uso del carbón, hay que restaurar el paisaje minero, tras el uso del carbón vegetal hay que "restaurar" los carrascales, reduciendo su biomasa, modificando la arquitectura de los árboles y, quizá, incorporando nuevas especies que enriquezcan la biodiversidad. En definitiva, gestión, gestión de nuestros montes, para que nos sigan dando beneficios, empleo y actividad en nuestros pueblos.

Ivo Aragón, Aguilar Natural y Colectivo Sollavientos

José Manuel Nicolau, Colectivo Sollavientos

martes, 17 de julio de 2018

SERIE MET VIII: Coste y despilfarro energético de la energía eólica




La energía eólica es atractiva para muchos ciudadanos: “visualmente” atractiva, por los blancos y esbeltos molinos y su moderna estética; “ecológicamente” atractiva, porque es falsamente considerada una energía limpia; “tecnológicamente” atractiva, pues se considera no solo renovable, sino también eficiente, y “económicamente” atractiva, pues pensamos que nos abarata el coste de la energía, al ser gratis la materia prima.
Los turolenses, en general, y seguro que muchos de los lectores de esta columna, en particular, es posible que reconozcan todos o algunos de estos “atractivos”. El primero de ellos es una cuestión de gustos personales, sobre la que hay poco que decir, pero las tres ideas restantes son muy precisables y discutibles.
Desde un punto de vista ecológico se tiende a pensar que los inconvenientes de los aerogeneradores se centran en su fuerte impacto en el paisaje y sobre las aves. Esto es cierto, y nada despreciable, pero no es lo único poco ecológico de los molinos. Para construirlos ha hecho falta energía, mucha energía: minería y fundiciones para los componentes, apertura de pistas en montaña, hormigón, transporte de operarios y material, líneas de alta tensión para la evacuación de energía…
Si medimos la ecología de la electricidad de origen eólico por su tasa de retorno energético, se constata ya su baja eficiencia: se estima que un molino produce, en sus 30 años de vida útil, entre dos y cuatro veces la energía que ha hecho falta para ponerlo en funcionamiento. La “tasa de reproducción” energética de los molinos, simplemente, crece mucho más lenta que la demanda de energía, por lo que la energía para iniciar el sistema, y para que mantenga el ritmo de la demanda, exige enormes cantidades de energía “sucia”. Es más, su propio carácter hace que no pueda utilizarse la energía que generan sin una tasa de respaldo muy alta: por cada megawatio de potencia instalada en forma de energía eólica se necesitan otros cuatro o cinco megawatios de otro tipo de energía menos “caprichosa”, pues el sistema eléctrico no puede sufrir sobretensiones ni infratensiones:saltaría, produciendo apagones que los usuarios no están dispuestos a admitir. En gran medida esta energía de respaldo la proporcionan las centrales térmicas. Son las que han llegado a denominarse las “novias feas” del molino: él es un dandy caprichoso y elegante que funciona cuando quiere, haga falta o no su energía, mientras que ella, quemando carbón, se encarga del trabajo sucio para ajustar la oferta a la demanda.
Un dato normalmente desconocido de la construcción de los molinos es que utilizan neodimio en los imanes del rotor. El neodimio es una “tierra rara”, es decir, un mineral con tan baja concentración que hace falta lavar toneladas de material para producir las pequeñas cantidades necesarias. Y estos procesos de lavado son complejos y altamente tóxicos. También se necesita cerio, aluminio…
Por lo dicho hasta el momento, puede ya vislumbrarse que no se trata de una tecnología tan eficiente ni rentable como se piensa. De hecho, para aumentar su eficiencia deben ser cada vez más grandes (al revés que la mayor parte de la tecnología) y localizarse en sitios muy favorables (el mar o la parte alta de las montañas, es decir, en lugares difíciles, con la consecuente pérdida de tasa de retorno energético). Esta ineficiencia tecnológica de los molinos “de palo y aspas” se agrava si pensamos que ya hay otras tecnologías eólicas desarrolladas o prometedoras, como la Maglev (basada en la levitación magnética sobre un eje de rotación vertical).
Pero hay otra característica de esta energía que la hace altamente ineficiente, con tasas de producción de energía que apenas superan el 30% de su potencial: su incorporación al sistema eléctrico debe seguir unas pautas de predicción meteorológica de “viento mínimo”, en otras palabras, solo aportan lo que es seguro que pueden garantizar aportar. Si hace más viento del previsto, o se paran los aerogeneradores o se disipa parte de la energía producida, pues si se mete esa energía se crearían sobretensiones de la red. Peor sería si se hiciese una sobrevaloración de lo que pueden aportar y no estuviesen preparadas otras energías de respaldo: caería la red por infratensión. Esto explica porqué los días de fuerte viento, en las que se sobrepasan con mucho las predicciones mínimas de viento, muchos molinos están parados, a veces hasta un tercio o más del parque. Y otros produciendo y disipando energía, hasta que el sistema eléctrico la necesite.
La energía eléctrica es muy difícil y costosa de acumular. También es costoso e impactante transportarla. La que se genera lejos de donde se consume acaba siendo más cara, más ineficiente y menos ecológica. Por ello, la mejor forma de utilizarla es con unidades de producción pequeñas y muy cercanas al lugar de consumo (viviendas particulares, huertos, pequeñas comunidades de vecinos o de población…), algo diametralmente opuesto al modelo actual.
Aunque Teruel se cubriese de parque eólicos, no se estaría apostando por un modelo de energía autóctona, sostenible y verde. Cederíamos nuestro territorio para que unas grandes empresas cerrasen unos beneficios con una energía cuestionable que consumirían fuera. Mientras, nuestra demanda específica se cubriría como se hace con todo el mundo: con un mix de energía térmica, nuclear, gas natural, algo de hidroeléctrica y muy poco de solar. ¿Vale la pena?

Alejandro J. Pérez Cueva

Colectivo Sollavientos

martes, 10 de julio de 2018

SERIE MET VII: La potencialidad de Teruel en las energías renovables




 La provincia de Teruel ha gozado casi siempre de unas condiciones geográficas y geológicas propicias para producir energía en los diferentes modelos energéticos que se han ido sucediendo a lo largo de la historia. En la primera aportación de esta serie, José Luis Simón (“Cuando la energía se nos fue…”, en este periódico y en htpps://sollavientos.blogspot.com.es) ponía de manifiesto la riqueza que supuso la energía hidráulica e hidroeléctrica, capaz de mover molinos, batanes, martinetes, serrerías, fábricas de papel, y toda una boyante protoindustria textil (mantas, hilaturas, etc). Y ello a pesar de no poseer ríos excesivamente destacables por su caudal; los desniveles orográficos suplían frecuentemente la falta de generosos caudales.
También señalaba este autor la riqueza, hoy en franco declive, que supuso el carbón, por los lignitos de las Cuencas Mineras. Pero ponía el énfasis en una diferencia esencial entre el modelo energético protoindustrial y el del carbón: el fácil transporte de la energía eléctrica, que ha redundado en que la riqueza energética se aproveche en otros lugares. Algo similar ocurre con las dos energías renovables con mayor implantación actual: la energía solar y la energía eólica. Las condiciones ambientales de la provincia son muy buenas, pero corremos un alto riesgo de que esta energía también se nos escape.
La energía solar, tanto la termovoltaica como la fotovoltaica, dependen en esencia de dos factores climáticos, la cantidad de horas de sol y la intensidad de la radiación captada por las placas. Las horas de sol son el parámetro inverso a la nubosidad, y esta depende directamente de factores como la inestabilidad atmosférica, el agotamiento de los sistemas nubosos que llegan a la provincia, la pluviosidad/nivosidad media, o la posibilidad de que se formen nieblas de inversión térmica. Es evidente que la provincia no goza de condiciones óptimas en todos sus rincones: los valles del Turia-Alfambra, Jiloca, depresión de Sarrión o algunas hoyas cerradas, sufren frecuentes inversiones y persistentes nieblas. Pero la provincia, salvo las partes más occidentales de los Montes Universales, es relativamente seca, y está protegida de casi todas las advecciones inestables (nortes, suroestes, levantes…).
El otro factor climático propicio, la intensidad de la radiación, esen parte resultado de esto que acabamos de decir. El clima de la provincia es seco, ya no solo porque llueva poco, sino por la baja humedad ambiental del aire. A ello contribuye otro factor geográfico clave, que es la elevada altitud media. Esto se traduce en que las presiones atmosféricas se sitúen entre los 900 y los 800mb, lejos de los 1013mb que se dan a nivel del mar. Y con un 10-20% menos de atmósfera, hay mucho menos vapor de agua, y la radiación incidente (sobre todo la de alta intensidad, como la ultravioleta) es más potente. En otras palabras, el clima de Teruel (de estepa fría) es tan bueno para secar jamones como para producir energía solar.
Un relieve elevado pero suave, sin sombras, también ayuda a estas buenas condiciones: los mejores sitios para huertos solares serían estos altiplanos, que gozan además de muchos sectores con casi nulo impacto visual.
La energía eólica goza también de unas ciertas condiciones favorables, aunque no tantas como la solar. Los frentes montañosos del norte provincial son en ocasiones la primera barrera frente al cierzo. Los valles y sierras de dirección ibérica (NO-SE) encauzan estos fuertes flujos de viento. A las montañas del Maestrazgo les llega el efecto de las brisas mediterráneas; el frente montañoso de la “Rama Castellana” de la Cordillera Ibérica, desde los Montes Universales a Javalambre, tiene un trazado perpendicular a uno de los flujos de viento peninsulares más frecuentes, el viento del SW. Además, el mencionado carácter plano de casi todas las cumbres también ayuda, pues favorece el flujo laminar frente al turbulento, tan dañino para los aerogeneradores. Aquí, sin embargo, nos encontramos ante un grave inconveniente: los mejores sitios son los de mayor impacto visual, a menudo fortísimo hasta lo insoportable, según se desprende de las actuaciones ya realizadas (por ejemplo, en San Just o el Esquinazo).
Estamos otra vez ante una de esas disyuntivas históricas turolenses ya vividas: ¿Aprovechamos esta potencialidad generadora de energía como pasó con la hidráulica? ¿O cedemos el territorio para exportar esta energía y que otros la aprovechen? ¿Apostamos por proyectos respetuosos y de bajo impacto visual y ambiental, como es el caso sobre todo de la energía solar? ¿O alquilamos el territorio a cambio de unas rentas más o menos jugosas para que instalen molinos? En este sentido, la legislación actual y las tarifas de la electricidad nos lo ponen difícil para conseguir un reparto más justo, democrático, equitativo y respetuoso ambientalmente de esta potencial riqueza. Pero eso es harina de otro costal.

Alejandro J. Pérez Cueva

Colectivo Sollavientos

martes, 3 de julio de 2018

SERIE MET VI: Del petróleo al fracking: el sueño imposible

Ilustración de Juan Carlos Navarro
  
En una época (más de un siglo ya) en que los hidrocarburos son la savia del sistema económico mundial, encontrar petróleo y gas bajo el subsuelo es el sueño de cualquier país. Desde la década de 1940, el Estado español impulsó la prospección de estos combustibles en zonas que ofrecían posibilidades. El descubrimiento de un yacimiento explotable en Ayoluengo (Burgos) en 1964 y la crisis del petróleo de 1973 aumentaron el interés nacional por ellos. Proliferaron estudios del subsuelo mediante prospección sísmica (técnica basada en la transmisión de las ondas sonoras, análoga a la ecografía en medicina) y pozos de exploración en zonas como los valles del Ebro y el Guadalquivir, Cantabria, La Rioja o el Maestrazgo.
Entre los varios cientos de sondeos que se realizaron en toda España, dos estaban en la provincia de Teruel: el denominado “Mirambel-1” (1974), en el término de Tronchón, y el “Maestrazgo-2” (1977), en Mosqueruela. Ambos alcanzaron profundidades cercanas a 3000 m. Las torres de perforación, de más de 20 metros de altura, y los trabajos, que se prolongaron a lo largo de meses, fueron un espectáculo para los habitantes de los pueblos vecinos. Las cuadrillas formadas por decenas de trabajadores, el sonido de las brocas horadando el subsuelo día y noche, alentaron durante la década de los 70 la esperanza de un desarrollo futuro de la provincia que evocaba la épica del Far West norteamericano. Pero los estudios no arrojaron resultados positivos, y todo acabó en un intento vano.
En los años 80 sí se produjeron en España nuevos descubrimientos de petróleo, la mayoría en la plataforma marina (campos de Amposta y Casablanca frente a las costas de Tarragona), y de gas, como el del Serrablo (Huesca). Este último se agotó a comienzos de los 90, mientras que los de la plataforma del delta del Ebro se mantienen en activo. También se han localizado yacimientos en el área de Cantabria-País Vasco-La Rioja, valle del Guadalquivir, y en las plataformas del Cantábrico y golfo de Cádiz. Aun con todo, el total de la producción de hidrocarburos en nuestro país solo alcanza a cubrir el 0,2-0,5 % del consumo.
Ningún otro intento exploratorio se hizo en la provincia de Teruel, hasta que el decaimiento de las reservas de hidrocarburos convencionales en todo el mundo despertó el interés por los no convencionales, y en particular por el llamado gas de pizarra (shale gas) que se explota mediante la técnica de fracturación hidráulica o fracking. En 2012 la compañía Montero Energy, filial entonces de la multinacional canadiense R2 Energy, presentó varias solicitudes de investigación de gas de pizarra en Aragón y norte de la Comunidad Valenciana, entre las que se encontraba el proyecto Platón, en el área entre Villarluengo, Fortanete, Cantavieja, Mosqueruela, Puertomingalvo, Mirambel y Bordón. El enorme impacto ambiental que tiene el fracking (consumo de recursos, impacto paisajístico, peligro de contaminación de acuíferos…) hizo que una buena parte de la sociedad del Maestrazgo, tanto en Teruel como en Castellón, se manifestara en contra de dichos proyectos y presentara alegaciones con el apoyo de colectivos científicos y académicos. Se temía que su desarrollo pudiera llegar a constituir una perversa herencia que hipotecase por completo el futuro de estas comarcas sin abrir expectativas de desarrollo alternativo a largo plazo. Ante las dudas que suscitaba, el Gobierno de Aragón dejó pasar el tiempo sin conceder ni denegar el permiso de investigación Platón, a pesar de que Montero Energy fue comprada entretanto por la compañía aragonesa SAMCA. Sin embargo, la resolución que sí emitió la Generalitat Valenciana, que obligaba a que se reformularan los proyectos de Castellón y se excluyera expresamente el uso del fracking, hizo que la empresa desistiera finalmente de ellos el pasado año. Nada se sabe oficialmente del permiso Platón, si bien en el mapa oficial de permisos de investigación que se muestra en la web del Ministerio de Industria tampoco constaba ya en 2017.  
Para algunos, este nuevo pinchazo podrá parecer una oportunidad perdida, pero la cuestión hay que verla con algo de perspectiva histórica. Regiones de EE.UU. donde el fracking parecía una fuente duradera de riqueza hace unos pocos años están viendo cómo los pozos se agotan rápidamente, el empleo desaparece y las veleidades del precio del crudo en los mercados arruinan muchas empresas. En otro plano muy distinto, la explotación de la decena de pequeños pozos que de forma testimonial quedaban en Ayoluengo concluyó el pasado mes de enero, al cumplirse 50 años de su inicio y no ser renovada por parte del Gobierno la concesión de explotación. El Dorado petrolífero español es hoy otro pueblo olvidado más del páramo castellano, similar a aquél que Berlanga retrató en la inolvidable “Bienvenido, Mister Marshall


José Luís Simón Gómez

Colectivo Sollavientos

martes, 26 de junio de 2018

SERIE MET V: El paisaje que nos dejó el carbón










Hace tiempo que entramos en la etapa post-carbón en Teruel. El declive ha sido paulatino, pero imparable e implacable. Cerró la cuenca de Utrillas hace ya tres lustros, antes la de Aliaga; ENDESA también ha clausurado ya todas sus minas. Se mantienen las dos grandes explotaciones de SAMCA y la de Estercuel colgadas del hilo de incertidumbre de la Térmica de Andorra. Mucho se ha trabajado para amortiguar los efectos sociales y económicos del declive del carbón y construir un nuevo tejido productivo en estos territorios de interior. Los planes MINER para la reconversión de las comarcas afectadas han aportado un caudal considerable de recursos públicos, con resultados desiguales; pero ahí están la Casting Ros en Utrillas o los balnearios de Ariño y de Segura de Baños, entre otras muchas iniciativas. La sensación general es de insatisfacción con los frutos conseguidos, que se consideran insuficientes. Fracasaron numerosos proyectos y el aire que insuflan las iniciativas exitosas da para lo que da. Y es que, “restaurar” un tejido productivo en estas comarcas no es tarea fácil.

Para que resulte atractivo desarrollar un proyecto de vida en un territorio en el siglo XXI, además de infraestructuras, servicios y opciones laborales y de ocio; y además de talento humano, se requiere una naturaleza saludable. Desde finales de los años 70 la extracción del carbón a cielo abierto transformó intensamente el paisaje turolense: en torno a 3.600 ha han sido directamente “desmontadas”, un 13% de las cuales no ha recibido ningún tratamiento de restauración y a otro 14% se les aplicó restauración de “primera generación”, claramente deficiente. Y ahí están minas como “Palestina” en Castellote, con un enorme hueco lleno de agua, y escombreras pegadas a la orilla del gran río Guadalope, vertiendo sedimentos tras las tormentas. Y en Palomar de Arroyos el panorama es similar. Y en el Salobral (Aliaga) y en Berge y en Portalrrubio. El río Estercuel –que se rellenó de tierras procedentes de las escombreras perdiendo su cauce y su funcionalidad- ahora empieza a restaurarse, por exigencia de la CHE. Y el Escuriza también ha recibido una buena carga de materiales mineros. Se perdió el olivar de Alloza en la Val de Ariño y los pastizales húmedos de Palomar al pie de San Eloy. Y quedó yermo y silenciado el hermoso paisaje de campos con setos, carrascas y pinar natural de Val de la Piedra en Foz-Calanda. Son ejemplos del pasivo ambiental del carbón, que ha dejado tramos de ríos degradados y espacios estériles que afean los paisajes, los escenarios en que se fundamentan la identidad social de las gentes y el sentido de pertenencia y de arraigo. Y el turismo, actividad imprescindible en el nuevo escenario económico.

En los años 90 hubo algunas iniciativas de la DGA para restaurar escombreras de las minas subterráneas y lavaderos, algunas de las cuales quedaron integradas en el paisaje periurbano de los municipios (BOA 10 de junio 1992). Y se publicó un Decreto autonómico (98/1994) para regular las restauraciones, que contribuyó a que éstas mejorasen. En Utrillas, MFUSA desarrolló un modelo de restauración original que consiguió una buena integración paisajística y eliminó el impacto hidrológico. Y ENDESA recuperó amplias zonas para la agricultura y creó humedales ecológicamente valiosos. Pero el pasivo de los años 80 ahí seguía. La última esperanza para limpiar este negro legado del carbón estaba puesta en el Plan MINER 2013-2018, que contemplaba las restauraciones mineras como de “financiación especial”. Sin embargo, el Ministerio no ha activado el Plan en Aragón en este tiempo. Cero euros. El gobierno de Aragón confía en recibir 5 millones este año, poniendo otro más, pero ha priorizado proyectos creadores de empleos directos por delante de los ambientales. El paisaje deberá esperar, una vez más. A veces he fantaseado con el dilema que se le podría haber planteado al ministro del ramo cuando se inauguró la Térmica de Andorra si le hubieran dado a elegir entre producir un buen pellizco de la energía eléctrica del país ¿0,7-2% en los buenos años? a cambio de dejar 1.000 ha degradadas en Teruel y unos cuantos millones de toneladas de CO2 en la atmósfera (y un episodio de contaminación ácida en El Maestrazgo). Imaginamos la respuesta. Pero los habitantes de estas tierras también tienen derecho a un medio ambiente saludable (la Constitución dixit), así que la recuperación del paisaje –tarea vinculada a la del tejido económico- es irrenunciable.

José Manuel Nicolau Ibarra

Colectivo Sollavientos


martes, 19 de junio de 2018

SERIE MET IV: “NO ALARGUEMOS LA AGONÍA DEL CARBÓN” (Seamos honestos con el territorio y con las generaciones futuras)



Nuestras comarcas mineras, al igual que otras a nivel de todo el Estado español, viven desde hace ya demasiado tiempo en una continua incertidumbre relacionada con el mantenimiento de los empleos dependientes del carbón y en nuestro caso, Andorra, de los vinculados a su Central Térmica, alimentada por lignito y gestionada actualmente por Enel, una gran compañía multinacional del sector energético.

De todos es sabido que una empresa de estas características se rige por sus propios beneficios económicos. A esto hay que añadir muchos otros factores que dificultan desde hace años el mantenimiento de la extracción carbonera: la mayoría de las minas son deficitarias, su dependencia de las ayudas públicas, el hecho de que el carbón sea uno de los combustibles fósiles que genera una buena parte de las emisiones de CO2, causantes del principal problema ambiental, el calentamiento global; las nuevas políticas energéticas europeas apuestan por el incremento de las renovables y el autoconsumo; las actuales minas a cielo abierto, además del grave impacto paisajístico que generan, ocupan a muy pocas personas, al ser sustituidas éstas por potentes máquinas… Todo ello, convierte a este sector en blanco de graves conflictos económicos y sociales.

Lo que supone “la crónica de una muerte anunciada” parece volver una y otra vez al mismo punto: ¿Qué va a ocurrir con todos los trabajadores y sus familias dependientes de esta actividad si cierran las minas y no se utiliza el carbón autóctono? ¿Qué va a ocurrir si la Central Térmica no invierte en las medidas tecnológicas ambientales exigidas por Europa?

Difíciles situaciones y difíciles respuestas, sobre todo cuando tras la llegada de miles de euros procedentes de los fondos MINER no hemos conseguido generar una trama de propuestas laborales diversificadas que hayan acogido a todos los trabajadores y consolidado unas alternativas permanentes.

Una vez más hemos vuelto a la misma situación nunca resuelta, y esto debería alertarnos de que quizá sea ésta la última oportunidad de apostar de una vez por todas por un futuro al margen de un sector que, habiendo contribuido a nuestro desarrollo, posiblemente ha agotado ya todas sus expectativas. Y esto sin olvidar a todas las personas en situación de desempleo no pertenecientes a este sector, las grandes olvidadas y cada vez más numerosas en nuestras comarcas.

Todo este relato, a estas alturas tan obvio, e incluso asumido por los sectores políticos y sindicales que han defendido y siguen defendiendo a ultranza el carbón, ha sido y sigue siendo motivo de controversia, ya que durante años un discurso y un pensamiento único han presionado, afrontado y descalificado cualquier atisbo de opinión y/o postura diferente.

Necesitamos también hablar de otro futuro, de otro modelo, de otras propuestas que ya están desde hace años encima de la mesa, propuestas gestadas en diferentes procesos participativos que se han ido realizando desde 2003 referentes al sector agroecológico y agroalimentario, el turismo, el apoyo al tejido empresarial de pequeñas y medianas empresas, a jóvenes autónomos de la zona,…y sobre todo, el sector de las energías renovables. Un territorio tradicionalmente vinculado a la energía debería tomar la iniciativa y reconvertir una parte de su economía, aprovechando las infraestructuras ya existentes, como, entre otras, las líneas de evacuación, a la par que apoyar a todos los trabajadores vinculados desde siempre a este sector.

Uno de los grandes valores de nuestro territorio son las personas: el mejor recurso con el que contamos, el humano, con capacidad para reflexionar, pensar, trabajar, decidir, planificar… Ya es hora de sentarnos a diseñar una nueva estrategia no dependiente de grandes empresas, sino de nuestros propios recursos, de generar un desarrollo endógeno, humano y sostenible, desde, para y con el territorio. Seamos capaces de vislumbrar e interpretar  por qué caminos se gesta el futuro.

No alarguemos la agonía, digamos adiós al carbón, de la manera más responsable, justa, digna y solidaria. Manteniendo la memoria minera, trabajando desde ahora mismo en nuevas y diversificadas apuestas para todos y todas.Seamos honestos con el territorio y con las generaciones futuras.
Texto y Foto: Olga Estrada Clavería

Colectivo Sollavientos

SERIE MET III: EL CORPORATIVISMO POLÍTICO DEL CARBÓN. La línea de humo del horizonte

Autor: Uge Fuertes 

Las personas de mi generación han crecido con una línea del horizonte donde el humo de la térmica forma parte del propio paisaje vivido y soñado.

Desde los llanos de Quinto, viniendo de Zaragoza. En lo alto del Majalinos. Bajando de las Ventas de Valdealgorfa. Ese falo industrial de vértigo que desde el coche es fiel indicador de la velocidad del viento.

A los pies del somontano que aún no es sierra. Bebiendo el carbón que trajo gentes, paisajes y paisanajes.

El Bajo Aragón agrario, aquel de señoríos y temple medieval, sufrió una pequeña revolución industrial durante una parte del franquismo y en la transición, a través de las minas y sus térmicas. Escatrón, Eschucha, Aliaga, Andorra. Tierra fértil. Suelo fértil. Historia y despoblación que fue aclimatada durante unas décadas a algún clavo ardiendo en forma de humo de pitillo. Algunos pueblos multiplicaron su población. Otros, asistieron como espectadores de un teatro con entrada de “clac”. Humo. Un humo quizás necesario en una tierra que tantas oportunidades había perdido pero que, tarde o temprano, todos sabían que se consumiría.

A medida que la sociedad cambiaba una incipiente preocupación medioambiental acusaba discursos que pocos entendían. Y es que estos discursos, redactados en ámbitos urbanos ya destrozados medioambientalmente, poco tenían que ver con la realidad social y cultural de una tierra que, sociológicamente, había cambiado también. Habíamos aceptado monocultivos como solución, porque pocas soluciones más teníamos.

El carbón y la construcción de esa catedral de humo trajo obreros, dinero… Llenó los bares, las casas y las timbas. La tierra se hizo híbrida socialmente hablando. El monte se tiñó de un paréntesis de monocultivo. El Andorra era capaz de ganar al Zaragoza de Víctor Muñoz.

Cuando todavía no nos habíamos industrializado ya nos quisieron reindustrializar. La eterna crisis del carbón, la entrada en la CEE y en la UE y el gravísimo error de enfoque que produjo las prejubilaciones, construyó una sociedad peculiar, propia, burguesa… similar a la de otras regiones que sufrieron el mismo problema. Y en lugar de reindustrializar, de reinvertir, el monocultivo de la construcción en Zaragoza y el Levante se nutrió también de ingresos que vinieron aquí pero que no se quedaron.

Los sindicatos y los partidos políticos poco quisieron hacer, cargadas sus bases de un criterio monocolor: el interés político a corto plazo. Y los gestores olvidaron el desarrollo de la tierra entregándolo a fondos y proyectos que pronto demostraron su gran parte de ineficacia. La sociedad política, que tanto evolucionó con la lucha y la mentalidad obrera de los mineros, se tornó en pocos años, a base de subvención y prejubilación, en una sociedad semiurbana, acomodada, en la cual las hoces, los martillos y las revoluciones se quedaron como cuentos y fábulas del abuelo, que decía haber hecho mucho, pero que nos trajo irremediablemente hasta el hoy y el mañana. La dificultad de construir propuestas críticas de aquellos gastos y subvenciones sigue vigente en la actualidad. Ocurre un poco como lo de hablar de épocas históricas cercanas de nuestro país. Todos estaban allí pero ninguno sabía que aquello no era la solución.

No ha lugar. Los míos no lo hicieron mal. Pero todos estuvieron presentes como organizaciones. Todos opinamos. Todos sabemos. Todos sentenciamos. Pero… ¿quién tira la primera piedra? Aquello no funcionó, y pronto se supo. Café y polígono para todos. Arreglos de carreteras hacia ninguna parte (y menos mal porque si por Fomento fuera, allí estarían como camino de herraduras)….

La reindustrialización, los programas Miner y las prejubilaciones incrementaron la renta provincial, pero ni impedían la despoblación, ni se reindustrializó el territorio, perjudicando a parte del terruño que no fue considerado “de primera” como pueblo minero.

Poco importaba, mientras unos recibían intentando quizás lo imposible, otros no podían competir y el último cerraba la puerta.

Todas las organizaciones políticas y sociales participaron (y participan) en parte de aquello. El corporativismo llegó para no marchar. Y después de décadas difícil es oír voces discordantes en dichas instituciones, sean políticas viejas, nuevas, de centro zurda o lateral derecha. IU, PP, PSOE, CHA, Podemos, Ganar, Cs, PAR… ¿por? Por corporativismo, por no enemistarte con el vecino o el cuñado. Porque el partido contrario no te tache de antiturolense, aunque sepas que no hay por donde cogerlo. Podremos prorrogar hasta el infinito nuestra desdicha como sociedad política, donde es fácil agarrarse a un clavo ardiendo, pero muy difícil arreglarnos juntos por los caminos que, nos guste o no, nos lleva la política internacional del carbón. Y quizás no sepamos o no queramos hacerlo de otro modo. O, sencillamente, quizás sea tarde porque culturalmente nadie quiera quedarse. Y pensarán en el pueblo como el recuerdo viejo de aquella España que nos cuentan los libros; o como el lugar donde se rompe la hora una semana para dejar de contar años el resto del tiempo. Aunque para entonces pocos conozcan las oportunidades que perdimos.
No hay quien se libre. La fuerza del carbón, a nivel social, es imparable. El cigarro se apaga y no hay quien le ponga el cascabel al gato. Los que cobraron ya han cobrado y los que no cobran se han marchado o se marcharán. Allí quedarán los restos industriales para los arqueólogos del siglo XXII, cuando se pregunten… y esta gente, ¿dónde se metió?


Víctor Manuel Guiu Aguilar

Colectivo Sollavientos



SERIE MET II: Leña, arquitectura y sangre. Historia del calor doméstico en el Alto Alfambra.


Autor: Chusé -Lois Paricio Hernando

En las antiguas casas de labradores procurarse combustible para caldearlas y atender a sus labores era una necesidad básica. En la era preindustrial la generación de calor en las frías sierras turolenses se lograba sobre todo consumiendo leña. El problema que se planteaba es que la producción de combustible competía con la agrícola y ganadera. La resolución a esta disyuntiva entre los siglos xiii y xix no fue constante, pero tuvo un norte. El Alto Alfambra nos sirve de ejemplo para ilustrarlo.

La presencia de topónimos en la sierra del Pobo como Enebral, Bojares, Buj, el Bojar y el propio de Ababuj como lugar de bojes, apuntan a que en la fase de la conquista y repoblación parte de sus montes estarían cubiertos por este tipo de especies. En Gúdar abundaban unos pinares que también había en Miravete de la Sierra. Así, donde en la actualidad hay aliagares, en la documentación histórica se localizan partidas como “Carrapinar” y “barranco del Pinar”. En 1674 se le cita como “Mirabete de los Pinares”. Sobre masas forestales como estas se inició una secular presión a cargo de las comunidades locales en función de sus amplias competencias de gestión (concejos, Comunidad de aldeas de Teruel), del contexto (más o menos población) y de los incentivos (más demanda de bienes ganaderos o agrícolas).

Autor: Chusé -Lois Paricio Hernando


La obtención de madera era una de las piezas del puzzle productivo que había que encajar en el territorio con las de pastos y cultivos. Para crearlos y ampliarlos se recurrió al fuego. Así lo sugieren topónimos en el entorno de Orrios como “cerro Quemado” o “Quemadal”, citados en una sentencia entre las aldeas de Teruel y la Encomienda de Alfambra (1558). Sin embargo, resultaron más decisivas las especializaciones binarias del suelo en función de sus aptitudes: agrícola-ganadera (barbechos, rastrojeras, etc.) y ganadera-forestal, que en las riberas inundables contribuyó a la formación del emblemático paisaje del chopo cabecero. La especialización en todo tipo de pastos en los que se daban aprovechamientos forestales fue la predominante por su extensión e incluía lejanos fragmentos de bosques a modo de reserva. El territorio estaba minuciosamente trabajado y el único que se destinaba a producir madera era como complemento del pasto o aquel que no era apto para otra cosa.

En estos espacios los vecinos “aleñaban” obteniendo combustible de, por ejemplo, aliagas, bardas, espinos y carrascas, como describe un convenio entre Jorcas y Miravete (1625). Una imagen de cómo era este trabajo nos lo ofrece una concordia entre Miravete y Aguilar (1569): “padres e hijos o asno y mozo que sean de una misma casa de dicho lugar de Aguilar puedan entrar a hacer leña verde y seca”. El combustible provenía de la corta de matorrales, de la madera muerta que se recogía y de la viva que se podaba. En las riberas los chopos también se podaban para obtener leña y vigas. En el siglo xviii un vecino de Aguilar, como tantos otros, escamondaba sus árboles ribereños al Alfambra “y se utilizaba de la leña en su casa”, mientras que otro de Camarillas mandaba “cortar leñas y plantar diferentes árboles”. El patrimonio de las casas, al igual que constaba de bancales, huertos, cerradas de hierba y rebaños, incluía árboles con los que producir combustible.

Autor: Chusé -Lois Paricio Hernando


La leña se consumía en las chimeneas de las cocinas, el lugar en el que las familias hacían su vida, y el calivo se aprovechaba en braseros. No fue hasta fechas posteriores en que se introdujeron estufas, sistemas de calefacción más eficientes dado que las chimeneas pierden gran parte del calor por el tiro. Entonces, ¿cómo se lograba calentar una casa? Es aquí donde la arquitectura y la sangre, como también se llamaba al ganado, asistían al combustible.

El primer factor que favorecía el caldeamiento era la localización de los pueblos, con las fachadas principales de las viviendas orientadas hacia al sur y a ser posible en laderas. Las edificaciones en pendiente ofrecían la ventaja de reducir la fachada norte, la más fría, y aprovechar el efecto aislante del suelo. Aunque las casas experimentaron grandes cambios a lo largo de los siglos, hubo elementos constantes, como la integración de la actividad productiva de la familia en el “diseño energético” de la vivienda y unos materiales constructivos capaces de mantener prolongadamente la temperatura: muros dobles de piedra con hueco relleno de tierra, tabiquería de aljez (yeso) y vanos para ventanas escasos y pequeños.
Autor: Chusé Lois Paricio Hernando


En los siglos medievales las casas no eran especialmente grandes y lo más habitual es que tuvieran una única planta en la que dormían juntas las personas, se guardaban los animales y se encontraba la cocina. Al estar en espacios contiguos el diseño contribuía a preservar el calor. A su vez, el almacenamiento del grano, paja y hierbas bajo el tejado o en otros cuartos servía de aislante. A partir de los siglos xv y xvi los solares de las viviendas empezaron a ser más grandes y fue extendiéndose la edificación de casas compartimentadas en habitaciones, con varios forjados y mayor altura, lo que supuso un reto “energético”. La cocina, con su fuego a tierra, mantuvo la centralidad. Los dormitorios se subdividían en pequeñas alcobas buscando el interior de las casas, lejos de las fachadas más expuestas, o disponiéndose sobre la cocina (caldeada con su fuego) y la cuadra (“la gloria”, con el calor de los animales). Por otra parte, los graneros y trojes de hierbas siguieron teniendo una función aislante al ubicarse en la falsa (bajo la cubierta y sobre las habitaciones).
Todas estas soluciones hicieron habitables las casas desde un punto de vista térmico, por lo que, en definitiva, el calor doméstico dependía del fuego y su leña, de los animales y de la arquitectura, aunque de forma más literaria podríamos afirmar que esta historia energética era, simplemente, la de un territorio y unas casas vividas.

Ivo Aragón Ínigo Fernández

Aguilar Natural y Colectivo Sollavientos