jueves, 5 de julio de 2012

ASOCIACIONISMO RURAL



Víctor Manuel Guíu Aguilar*
La necesidad de impulsar movimientos asociativos (entendidos como asociación al uso, reglada y legislada) o movimientos colectivos en el medio rural es una característica más propia de sociedades interconectadas social, geográfica e incluso familiarmente que de otros movimientos más urbanos. En teoría, claro está.  Lo cual no quiere decir que los esquemas se repitan, sean estos en una gran ciudad (Zaragoza) o en una pequeña localidad (Híjar, por ejemplo).
En algunos casos se trata de una cuestión estadística. Cuanta más gente hay, más posibilidades de renovación (el eterno problema de las entidades sociales y culturales que poco tienen que “rascar”; no así los partidos políticos que mangonean y tienen cuota de poder). Pero esta premisa tan sencilla de plantear no se corresponde luego con la realidad. Asociaciones de gran impulso mediático a nivel regional e incluso nacional tienen también graves problemas de renovación y refundación de sus objetivos y acciones. Los proyectos en este país siguen vinculados a los personalismos. Muchas veces por carecer culturalmente de herramientas verdaderamente democráticas y asamblearias para modelar estructuras más solventes y participativas. Si los propios asociados no tienen una cultura democrática y participativa, difícilmente la asociación, que puede funcionar perfectamente, tendrá el grado participativo deseado. La dejadez del solar hispánico, problema común en tantos sitios. 
Así, una de las enseñanzas de Punset (no porque sea suya sino por su papel de difusor) que he podido interiorizar más estos últimos años es el concepto de “plasticidad cerebral”. Dicho en román paladino, el cerebro evoluciona a lo largo de la vida y lo verdaderamente anécdótico y “anormal” es que la gente pensemos siempre lo mismo. Este concepto choca radicalmente con un concepto, muy propio de sociedades rurales, que consiste en: “terminar lo empezado”, “no cambiar de chaqueta”, “si has empezado ahora tienes que seguir”, etc… En el mundo del asociacionismo se crea un vínculo personal del promotor con la entidad que a veces puede llegar a resultar claustrofóbico. De hecho, gran parte de los miembros de la entidad constituida o de la sociedad en general que te rodea entiende muy vagamente que alguien deje un determinado proyecto para comenzar otros, para buscar otros objetivos, metas, fines, aficiones o para “reiniciarse” y aprender otras cosas a lo largo de la vida.
Muchos son los “constantes” y hay que agradecérselo, pues de otra manera algunas tradiciones o entidades seculares difícilmente sobrevivirían sin un liderazgo entendido a la antigua usanza. Pero en el siglo XXI debemos ser capaces de quitarnos ataduras también en el medio rural, para que los proyectos nazcan y mueran con naturalidad y se puedan retomar, transformar y replantear con sensatez. 
En el caso que más conozco, el de Híjar, los movimientos asociativos en los que he participado se corresponden mucho con este tipo de estructuras. A pesar de todo, hay ejemplos de traslación de lo local a lo comarcal o supracomarcal. Aunque se acuse al pueblo de excesivamente localista (en parte con razón), hay personajes de gran temperamento que han conseguido que del ámbito local se construyan estructuras comarcales. Citaremos sólo dos ejemplos: la Ruta del Tambor y, más recientemente, el del Centro de Estudios del Bajo Martín. Lejos de personalizarse, ambas estructuras han viajado por otros derroteros tras el impulso fundador. Otra cosa es que guste más o menos pero, como todo, la evolución ha permitido que todavía se mantengan. 
En muchas de estas estructuras, como en los centros de estudios comarcales u otras entidades activas e íntimamente relacionadas con subvenciones y apoyos públicos, se observa por otra parte una “institucionalización” excesiva. Institucionalización fruto de las relaciones personales que acaban creándose o, sencillamente, puro pragmatismo o dejadez de los asociados (remitimos a los comentarios ya dichos sobre escasa participación). 
El ejemplo más claro de que una metodología participativa (tan recurrente en boca de políticos y gestores) se puede “institucionalizar” y pervertir es el de la “metodología Leader”. Aunque es un método en el que al menos el 51% de miembros debe ser privado, al final los “tejemanejes” de los partidos hacen que los representantes de entidades supuestamente privadas acaben siendo “políticos de partido camuflados con otro nombre”. Ejemplos como el de ADIBAMA, donde los principales responsables de un partido representaban a Cruz Roja y a las Cooperativas, por poner un ejemplo, clamaban al cielo.
Para finalizar observamos una tendencia muy interesante en las estructuras asociativas: los llamados “colectivos”, que de una manera más informal en lo burocrático pero tan operativa o más que las propias asociaciones, logran convocar y estructurar actividades de gran interés para el territorio. El Colectivo Cierzoyniebla de Híjar es un ejemplo, con su labor de crítica social y política, además de sus interesantes ciclos de charradas e intervenciones. El modelo de Sollavientos, colectivo que impulsa esta serie de artículos, sería otro digno de estudio por la estructura peculiar de su funcionamiento interno. 
En resumen, la complejidad de nuestra sociedad (también la rural) genera estructuras complejas, problemas similares y soluciones que tendrán que caminar por modelos innovadores, participativos, generososos y solidarios. ¿La fórmula? ¿Usted la sabe?
*Colectivo Sollavientos

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