lunes, 27 de abril de 2009

PAISAJE, DESARROLLO... ¿Y FUERO?


El paisaje del TERUEL INTERIOR puede caracterizarse por una variedad de páramos, sierras, cerros y barrancos, cubiertos con sabinas, carrascas, pinos o chopos… y ermitas, masadas, parideras y bancales yermos. Pero, tal vez, el elemento más significativo de este espacio sean las ausencias…, ausencia de infraestructuras y, sobre todo, ausencia de pobladores.

Lejos de los mayoritarios cánones paisajísticos, de bucólicas y verdes estampas alpinas, la principal singularidad de nuestro paisaje está constituida por una dura conjunción de naturalidad, soledad y patrimonio cultural.

Esta esquemática caracterización del paisaje turolense podría ser compartida por la mayoría de los que nos acercamos a este espacio en busca de bienestar emocional y de identidad cultural. Sin embargo, me gustaría lanzar una reflexión sobre las, paradójicamente, graves “amenazas” que ambos factores, naturalidad y soledad, representan para la propia pervivencia de nuestro preciado recurso.

La aparente naturalidad de nuestro paisaje es consecuencia de una carencia casi total de grandes y modernas infraestructuras, lo cual ha favorecido la “conservación” de nuestro patrimonio ambiental y cultural. Sin embargo, esta conservación ha tenido un elevado coste para los propios turolenses, ya que muchos se han visto obligados a buscar en otros territorios las oportunidades de trabajo, sanidad, cultura y ocio que les han negado en su tierra. Este proceso ha conducido a una brutal despoblación la cual, a su vez, ha potenciado la sensación de soledad del paisaje turolense; soledad que también enmascara una continuada erosión de la identidad cultural.

Actualmente en Teruel, lejos de haberse alcanzado el equilibrio, la relación entre conservación y desarrollo puede derivar hacia nuevos e importantes riesgos de degradación ambiental y paisajística. Generalmente, en los análisis y diagnósticos sobre nuestro paisaje se suelen plantear, como graves amenazas, las consecuencias de un desarrollo descontrolado. Sin embargo, se suelen obviar las nuevas amenazas que están afectando a nuestro frágil paisaje y que, cada vez más, van a condicionar su evolución:

a) Por un lado, las consecuencias del cambio climático pueden originar importantes transformaciones en nuestro territorio, el cual se presenta como una zona especialmente sensible a sufrir procesos de desertificación.
b) Por otro lado, la creciente urbanización y globalización de la sociedad está favoreciendo la pérdida de identidad cultural y patrimonial y una desafección por el entorno. Actitudes que en el caso de la población turolense, mayoritariamente envejecida y resignada, pueden acrecentarse.

Para hacer frente a estas nuevas amenazas resulta, más imprescindible que nunca, la presencia y participación de los turolenses. En Teruel la conservación del paisaje precisa de una población implicada en el uso, gestión y valorización de sus recursos naturales, capaz de aplicar técnicas y sistemas de producción que permitan adaptarse y mitigar los efectos del cambio climático. Población que, por otro lado, debe poder optar a unos estándares de calidad de vida similares a los de su entorno. En nuestra provincia, debido a la baja densidad de población y a su dispersión, estos estándares únicamente se podrán garantizar facilitando el acceso a centros sanitarios, culturales y de ocio, es decir, con modernas infraestructuras de comunicación.

¿Cómo se pueden romper estos ciclos e inercias? Quizá haya llegado el momento en que los gestores políticos deberían diseñar nuevos planes para un nuevo desarrollo en los que, en lugar de pretender atraer a grandes industrias, atraigan (a modo de antiguos fueros) a nuevos pobladores… pero pobladores identificados con la historia, la tradición y el paisaje de esta tierra, capaces de desarrollar y revalorizar sus recursos, en lugar de explotarlos o utilizarlos como una alternativa provisional... ¿quizá sea el momento de un nuevo fuero para nuevos emprendedores?.


José Antonio Alloza

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