lunes, 30 de julio de 2012

SOLLAVIENTOS EN RED (3)



Asociacionismo en el medio rural
José Manuel Salesa*
Es difícil encontrar algún pueblo que no tenga algún tipo de asociación. Ya sea cultural, de amas de casa, de cazadores, de desarrollo rural… organizarse con algún fin parece algo intrínseco al ser humano. Sin embargo, en el medio rural, significarse en un grupo o asociación no siempre ha estado bien visto, por lo que tradicionalmente se ha reducido, en muchos casos, a los agrupamientos familiares o a las labores comunales del pueblo, regidos por normas casi nunca escritas pero bien conocidas. 
Con el tiempo y poco a poco las asociaciones han ido sustituyendo esas costumbres, aunque se mantienen en muchos casos las reticencias a pertenecer a ellas por reparos tan ancestrales como los propios pueblos. Por eso, conseguir que sus gentes se asocien es, en sí mismo, algo positivo. Si además los objetivos trascienden más allá de organizar reuniones o fiestas, tanto mejor.
Ejemplos hay muchos, pero como muestra y por conocimiento de causa citaré la Asociación para el desarrollo de Montoro de Mezquita (1), en el Maestrazgo. Esta asociación sin ánimo de lucro se fundó en enero del año 1996 con el objetivo de desbloquear las gestiones administrativas que tenían paralizado el proyecto de instalación del tendido eléctrico y que provocaban que, a finales del siglo XX, Montoro no tenía suministro regular de la red general  que suministra luz eléctrica. Con esfuerzo se consiguió que en agosto de 1997 Montoro dispusiera de corriente eléctrica, y que en diciembre del año 1999 finalizara la instalación de teléfonos en los domicilios particulares. 
Desde entonces se han promovido otros numerosos proyectos, como la rehabilitación de diversos edificios; la creación de un fondo fotográfico; la realización de cursos; recuperación de tradiciones; intervención en foros, etc. 
Todo ello constituye un claro ejemplo de lo que el asociacionismo puede lograr en una zona donde era necesario luchar por conseguir servicios e infraestructuras consideradas básicas y que, sin embargo, no existían. Estar organizados posibilita la consecución de servicios y derechos cuya obtención de manera individual resultaría complicada en una zona especialmente afectada por la despoblación. 
Sin embargo, cabría destacar dos labores tal vez menos tangibles en cuanto a resultados, pero no por ello menos importantes:
Por una parte, estar presente como parte interesada en las tramitaciones administrativas de proyectos que afectan al territorio. Como contrapunto a la Administración, el asociacionismo se ha convertido en muchos casos en la única opción para poner de manifiesto opiniones diferentes al discurso oficial. Así, tanto esta Asociación como muchas otras de nuestro territorio alegan y muestran su opinión, no siempre afín a lo dispuesto por las administraciones públicas. Parques eólicos, pistas y carreteras, canteras y muchos otros proyectos cuentan, en muchas ocasiones, con la única opinión crítica de alguna de nuestras asociaciones. 
Por otra parte, crear un sentimiento de unión y colaboración que en nuestros pueblos es cada vez más necesario. La despoblación que se vive en muchos casos como algo inevitable crea un sentimiento de abandono que puede ser compensado en parte por las asociaciones. En muchas ocasiones, éstas son dinamizadas por personas que viven fuera, pero que se preocupan por lo que ocurre en su pueblo, recuperando tradiciones y patrimonio, y creando nexos de unión diferentes a la vecindad que aportan nuevas esperanzas. 
(1) www.montorodemezquita.es
Colectivo Sollavientos*

miércoles, 25 de julio de 2012

SOLLAVIENTOS EN RED (2)



SUEÑOS
Gonzalo Tena Gómez*
             El sueño se hace a mano y sin permiso
             arando el porvenir con viejos bueyes
                                          SILVIO RODRÍGUEZ
¿Qué tiene que ver un barrio-dormitorio de un pueblo de la maltrecha Huerta de Valencia con el territorio adormecido del Teruel Interior?  Sobre el papel, el lexema dorm- (de dormitorio y de adormecido) conecta dos realidades geográficas y humanas muy diferentes. La primera, urbana, con una población de origen heterogéneo, concentrada en un espacio de menos de diez hectáreas. La segunda, rural,  con decenas de pequeños pueblos casi vacíos, habitados mayormente por población autóctona envejecida, diseminados en una extensión de varios miles de kilómetros cuadrados.
Estoy confrontando dos escenarios. Por un lado, el Parque Alcosa, un barrio humilde del municipio de Alfafar, junto a la ciudad de Valencia. Por otro, este territorio turolense, que históricamente  se ha vaciado de gente, en buena parte emigrada a la capital baja del Turia y a las comarcas más pobladas del País Valenciano.
El dormir propicia sueños. Pero son los sueños conscientes los que pretenden evidenciar  estas líneas. En el Parque Alcosa tenemos una Asociación de Vecinos (1) (ahora evoco la modélica Asociación del barrio de San Julián en la capital alta del Turia; parece que hasta el río nos conecta…). Nuestra Asociación, “histórica” (surgió a finales del franquismo, con Franco aún garreando), tuvo su época gloriosa en los años de la transición, con importantes movilizaciones y consecuciones ciudadanas, ha resistido los embates desmovilizadores de la “democracia socialista”, y ahí se mantiene bien entrado el nuevo siglo, con limitados recursos humanos y con importantes dificultades, ligadas algunas al mantenimiento del local que es su sede desde hace cuatro décadas, y otras al boicot de las instituciones municipales, y algunas más… Pero ahí estamos, y vamos haciendo…Uno de nuestros últimos sueños realizados ha sido la acción  solidaria  contra el desahucio de una familia inmigrante, con “desenlace feliz”. Hace poco organizamos la décima edición de  un rastrillo solidario. Hemos repartido los fondos obtenidos entre el comedor social para niños del barrio y una asociación de mujeres maltratadas. Con frecuencia organizamos conferencias-debate sobre temas actuales importantes: energías alternativas, memoria histórica, feminismo, la crisis en diferentes facetas. En nuestra Asociación soñamos, semana a semana, el sueño de hoy como posibilidad del mañana (tal como lo canta Lluís Llach).
Y en Teruel tenemos muchas asociaciones con planteamientos de mejorar aspectos culturales, patrimoniales o naturales, que deberíamos cuidar y reforzar. El verano próximo, el Colectivo Sollavientos cumplirá solo (o ya)  cinco años de vida intensa. Nuestra nómina está bien nutrida de personas dispuestas a trabajar por el sueño de un Teruel vivo, crítico con la depredación de sus recursos y de su paisaje, consciente de sus valores auténticos, del valor de su patrimonio natural, cultural y humano, con iniciativas de un desarrollo económico sensato que no bloquee las puertas del futuro y permita mantener los sueños.
(1) http://www. redparque.org
*Colectivo Sollavientos

domingo, 15 de julio de 2012

SOLLAVIENTOS EN RED (I)



Teruel colectivo: una red de personas y grupos tejida sobre el territorio
José Luis Simón (*)
Profesor de la Universidad de Zaragoza
La informática y la comunicación digital han empapado de tal manera nuestra sociedad que, cuando oímos o utilizamos expresiones como “red” o “red social”, se da por sobreentendido que estamos hablando de internet. A veces olvidamos que esa red de relaciones la forman esencialmente personas, y que internet es sólo una herramienta que facilita el contacto entre ellas.
Este texto constituye la introducción a una serie de artículos de miembros del Colectivo Sollavientos que irán apareciendo en este diario en las próximas semanas. En ellos se quieren dibujar algunos trazos de la valiosa red de personas, asociaciones y colectivos  que  se extiende sobre el territorio de Teruel; que sueña y trabaja por un futuro para sus gentes, sus pueblos y sus paisajes; que alumbra iniciativas pioneras, enraizadas en la tierra y abiertas al mundo, y que defiende su patrimonio y su identidad frente proyectos exógenos oportunistas que pudieran tener un fuerte impacto negativo. 
El Colectivo Sollavientos no es un asociación con entidad jurídica propia, y no acomete por sí mismo otras iniciativas que las de reunirse, comunicarse, reflexionar, opinar, escribir y propiciar foros de encuentro en nuestro Teruel interior. En él estamos, sin embargo, varias decenas de personas que participamos activamente en la vida de otras muchas asociaciones, instituciones y proyectos a través de los cuales actuamos. En algunos casos, esa actividad tiene que ver con nuestro desempeño profesional; en otros, con aficiones o pasiones altruistas a las que dedicamos buena aparte de nuestro tiempo.
Teruel está lleno de magníficas iniciativas y habitado por gente extraordinariamente válida para llevarlas adelante. Cuanto más densa y sólida sea la red de relaciones entre ellas, cuantos más nudos seamos capaces de crear y mejor comunicados estén, más fácilmente se crearán las sinergias necesarias para hacer eficaz la labor de todos. Nuestro colectivo tiene como vocación prioritaria trabajar en estrecha colaboración con asociaciones, entidades o grupos de desarrollo local con las que comparte objetivos y estrategias, y contribuir de esta manera a reforzar esa red.
No podemos tampoco ignorar el peso que en todo este movimiento asociativo tienen los turolenses de la diáspora, los que emigraron a Zaragoza, Barcelona, Valencia o Castellón, y vuelven a su pueblo cada verano y cada fin de semana que tienen ocasión. Sería estúpido ignorar que son ellos los que nutren fundamentalmente las asociaciones locales, haciendo que su actividad se dinamice muy especialmente en los periodos vacacionales. De otra forma, un territorio como el nuestro, oficialmente casi despoblado, habría perdido ya completamente el pulso. Y sabemos que no es así; nunca como en los últimos años se ha hecho tanto por recuperar y poner en valor el paisaje, la cultura y las tradiciones de nuestros pueblos.
Esta característica de nuestro tejido asociativo puede ser una debilidad en la medida en que su compromiso con los problemas reales de Teruel pueda quedar diluido. Personas que tienen su domicilio y su trabajo en otra parte quizá no se sientan concernidos por lo que pasa en su pueblo fuera del tiempo de fiestas y vacaciones. Es éste un reproche que se hace a veces a los ‘veraneantes’, y que lleva implícita una cierta desautorización a la labor de las asociaciones que ellos casi monopolizan. Sin embargo, sería bueno ver en esta situación no un problema sino una gran oportunidad: la de extender la red y anclarla más allá de los límites de nuestra pequeña provincia. También, cuanto más vasta y diversa sea la trama de conexiones de los colectivos turolenses con el exterior (con ese ‘exterior’ en el que tantas veces se toman las decisiones que nos afectan dentro), probablemente veamos más claro nuestro futuro.
(*) Colectivo Sollavientos

sábado, 7 de julio de 2012

Del verde al negro


Imagén de Castelfrío, 3 años después del incendio
Foto Ángel Marco Barea



José Manuel Salvador*

Del verde al negro no va tanto; un rayo cautivo en la raíz de un pino que sorprende con su aparición al día siguiente, un cigarrillo tirado desde la ventanilla de un coche, unas chispas de una radial en una obra de una casa de campo, una quema incontrolada de rastrojos, un incendio provocado con sucios intereses detrás, etc. El verde de nuestros bosques, de la naturaleza y de la vida generada durante décadas, durante siglos, se puede convertir en cenizas en unas pocas horas.
La realidad es tozuda y además, preocupante. Esta vez le ha tocado a Valencia, aunque estamos a primeros de julio y queda mucho verano como para pensar que ésta va a ser la única desgracia, lamentablemente. Este invierno nos sorprendieron los incendios en el Pirineo y en años anteriores numerosas zonas del arco mediterráneo, del interior (Teruel 2009) o incluso del norte (Asturias, Galicia, etc.). En todos casos los incendios son noticia en televisión con imágenes horribles, a veces con pérdidas humanas y de bienes materiales, rostros ciudadanos marcados por la tragedia, desesperanza, resignación, ira, etc. Cuando se apagan las cámaras, todavía con las cenizas humeando y la noticia se desplaza a otro punto de interés, las promesas políticas se las lleva el viento y vives una segunda tragedia, el desamparo de la administración que supuestamente debe ayudarte. Esa experiencia la vivimos en los incendios de Teruel de julio de 2009 y desgraciadamente se repite en la mayoría de las ocasiones.
Muchas veces hemos escuchado las causas de los incendios forestales (cambio climático, abandono de las actividades tradicionales, falta de presupuesto público, etc.) pero muy pocas veces nos hemos parado a pensar en las soluciones o en qué queremos hacer. ¿Pretendemos otorgar un interés mayor a este problema y arrimar el hombro entre todos (administración y ciudadanos) para resolverlo, o asumimos resignados que esto es lo que hay? Porque este problema no se soluciona con crítica política, ni doblando o triplicando los medios públicos de extinción y restauración de incendios (tampoco se arregla bajándolos, claro). Este problema es mucho más complejo que unas cifras en un presupuesto. Los grandes incendios forestales son el resultado de unas malas decisiones políticas y técnicas (condicionadas por las primeras) desarrolladas durante décadas, acompañadas por la inacción y el desinterés ciudadano ante esas decisiones y ante el propio bosque, un recurso ligado al hombre durante siglos y ahora abandonado a su suerte. Se han podido mejorar las técnicas de extinción y restauración de incendios, pero la administración competente por si sola no puede salvaguardar nuestro patrimonio natural, necesita del apoyo y de la acción complementaria de los habitantes del medio rural, de los propietarios forestales y de las administraciones locales. 
La dificultad estriba en el cómo, qué debemos hacer para conseguir aunar intereses y esfuerzos para reactivar las actividades primarias (agricultura, ganadería, silvicultura) en el medio rural y recuperar un equilibrio entre actividad humana y naturaleza que nunca debió perderse. Fomentar el asociacionismo entre la propiedad privada forestal, desarrollar planes de ordenación de los recursos forestales para conseguir una gestión más activa, respetar el bosque autóctono y actuar más intensamente sobre las masas de repoblación, favorecer la creación de PYMES y cooperativas que aprovechen los recursos forestales locales de forma sostenible, apostar por el cambio de calderas de calefacción (gasoil por biomasa forestal), generar empleo público estable, local y de calidad en las cuadrillas forestales con actividad durante todo el año, legislar sobre la protección medioambiental teniendo en cuenta a las actividades agrícolas y ganaderas en la gestión del territorio en vez de arrinconarlas cada vez más, etc.
El Gobierno de Aragón plantea modificar las leyes para favorecer la actividad privada en los montes, ya lo ha anunciado repetidas veces. Desde la Plataforma “Nuestros montes no se olvidan”, valorando positivamente la iniciativa de querer cambiar las cosas, nos preocupan las formas. La renovación inminente de la Ley de Montes y las estrategias de actuación en los bosques para eliminar el riesgo de incendios se plantean como una mera actualización legislativa, desperdiciando la gran oportunidad de abordar un proceso participativo público donde los propietarios forestales y los ciudadanos, junto a los municipios afectados por grandes incendios, los más sensibles a esta problemática porque lamentablemente la han pasado y han visto sus consecuencias, no tengan ninguna voz. No podemos dejar pasar esta oportunidad, todos nos debemos sentir parte del problema y a la vez parte de la solución.
* portavoz de la Plataforma “Nuestros montes no se olvidan”.
Pd: un cordial saludo, desde el cariño y el respeto, a todos los profesionales que se juegan la vida peleando contra el fuego, en especial a los familiares y amigos que han sufrido la pérdida de seres queridos en esa ardua tarea.

jueves, 5 de julio de 2012

ASOCIACIONISMO RURAL



Víctor Manuel Guíu Aguilar*
La necesidad de impulsar movimientos asociativos (entendidos como asociación al uso, reglada y legislada) o movimientos colectivos en el medio rural es una característica más propia de sociedades interconectadas social, geográfica e incluso familiarmente que de otros movimientos más urbanos. En teoría, claro está.  Lo cual no quiere decir que los esquemas se repitan, sean estos en una gran ciudad (Zaragoza) o en una pequeña localidad (Híjar, por ejemplo).
En algunos casos se trata de una cuestión estadística. Cuanta más gente hay, más posibilidades de renovación (el eterno problema de las entidades sociales y culturales que poco tienen que “rascar”; no así los partidos políticos que mangonean y tienen cuota de poder). Pero esta premisa tan sencilla de plantear no se corresponde luego con la realidad. Asociaciones de gran impulso mediático a nivel regional e incluso nacional tienen también graves problemas de renovación y refundación de sus objetivos y acciones. Los proyectos en este país siguen vinculados a los personalismos. Muchas veces por carecer culturalmente de herramientas verdaderamente democráticas y asamblearias para modelar estructuras más solventes y participativas. Si los propios asociados no tienen una cultura democrática y participativa, difícilmente la asociación, que puede funcionar perfectamente, tendrá el grado participativo deseado. La dejadez del solar hispánico, problema común en tantos sitios. 
Así, una de las enseñanzas de Punset (no porque sea suya sino por su papel de difusor) que he podido interiorizar más estos últimos años es el concepto de “plasticidad cerebral”. Dicho en román paladino, el cerebro evoluciona a lo largo de la vida y lo verdaderamente anécdótico y “anormal” es que la gente pensemos siempre lo mismo. Este concepto choca radicalmente con un concepto, muy propio de sociedades rurales, que consiste en: “terminar lo empezado”, “no cambiar de chaqueta”, “si has empezado ahora tienes que seguir”, etc… En el mundo del asociacionismo se crea un vínculo personal del promotor con la entidad que a veces puede llegar a resultar claustrofóbico. De hecho, gran parte de los miembros de la entidad constituida o de la sociedad en general que te rodea entiende muy vagamente que alguien deje un determinado proyecto para comenzar otros, para buscar otros objetivos, metas, fines, aficiones o para “reiniciarse” y aprender otras cosas a lo largo de la vida.
Muchos son los “constantes” y hay que agradecérselo, pues de otra manera algunas tradiciones o entidades seculares difícilmente sobrevivirían sin un liderazgo entendido a la antigua usanza. Pero en el siglo XXI debemos ser capaces de quitarnos ataduras también en el medio rural, para que los proyectos nazcan y mueran con naturalidad y se puedan retomar, transformar y replantear con sensatez. 
En el caso que más conozco, el de Híjar, los movimientos asociativos en los que he participado se corresponden mucho con este tipo de estructuras. A pesar de todo, hay ejemplos de traslación de lo local a lo comarcal o supracomarcal. Aunque se acuse al pueblo de excesivamente localista (en parte con razón), hay personajes de gran temperamento que han conseguido que del ámbito local se construyan estructuras comarcales. Citaremos sólo dos ejemplos: la Ruta del Tambor y, más recientemente, el del Centro de Estudios del Bajo Martín. Lejos de personalizarse, ambas estructuras han viajado por otros derroteros tras el impulso fundador. Otra cosa es que guste más o menos pero, como todo, la evolución ha permitido que todavía se mantengan. 
En muchas de estas estructuras, como en los centros de estudios comarcales u otras entidades activas e íntimamente relacionadas con subvenciones y apoyos públicos, se observa por otra parte una “institucionalización” excesiva. Institucionalización fruto de las relaciones personales que acaban creándose o, sencillamente, puro pragmatismo o dejadez de los asociados (remitimos a los comentarios ya dichos sobre escasa participación). 
El ejemplo más claro de que una metodología participativa (tan recurrente en boca de políticos y gestores) se puede “institucionalizar” y pervertir es el de la “metodología Leader”. Aunque es un método en el que al menos el 51% de miembros debe ser privado, al final los “tejemanejes” de los partidos hacen que los representantes de entidades supuestamente privadas acaben siendo “políticos de partido camuflados con otro nombre”. Ejemplos como el de ADIBAMA, donde los principales responsables de un partido representaban a Cruz Roja y a las Cooperativas, por poner un ejemplo, clamaban al cielo.
Para finalizar observamos una tendencia muy interesante en las estructuras asociativas: los llamados “colectivos”, que de una manera más informal en lo burocrático pero tan operativa o más que las propias asociaciones, logran convocar y estructurar actividades de gran interés para el territorio. El Colectivo Cierzoyniebla de Híjar es un ejemplo, con su labor de crítica social y política, además de sus interesantes ciclos de charradas e intervenciones. El modelo de Sollavientos, colectivo que impulsa esta serie de artículos, sería otro digno de estudio por la estructura peculiar de su funcionamiento interno. 
En resumen, la complejidad de nuestra sociedad (también la rural) genera estructuras complejas, problemas similares y soluciones que tendrán que caminar por modelos innovadores, participativos, generososos y solidarios. ¿La fórmula? ¿Usted la sabe?
*Colectivo Sollavientos