domingo, 27 de febrero de 2011

AFECCIONES PAISAJÍSTICAS Y FUTURO (VII)



PAISAJE CON MAYÚSCULAS

Hace unos años, el Departamento de Medio Ambiente planteó la declaración de Paisaje Protegido para gran parte de la Comarca del Maestrazgo. Rápidamente surgió un movimiento ciudadano en su contra, justificado en el recorte de derechos que tal figura de protección habría llevado consigo, afectando a labores tradicionales como la caza, ganadería, agricultura y explotación del monte en general, que habrían quedado limitadas por la normativa correspondiente.

La población se posicionó negativamente y de forma clara en las reuniones convocadas al efecto, sin apenas posibilidad de debate. Otras opiniones fueron arrolladas por la inercia del momento que, además, se acrecentó con la urgencia impuesta por la Administración. Por otra parte, la propuesta de Paisaje Protegido iba unida a la creación de una Reserva de Caza, lo que no ayudó a aclarar posturas sino todo lo contrario, sumaba factores de confusión.

Pasados cinco años, y al no poder crear una figura suficientemente amplia en torno a la cual estructurar todo tipo de actividades, conjugando población y entorno, nos encontramos con que en el Maestrazgo se han creado una serie de Monumentos Naturales. Éstos ponen en valor lugares muy concretos que, ya de por sí, son lo suficientemente representativos como para no necesitar dicho título: difícilmente se iba a aprobar un proyecto con afecciones a las Grutas de Cristal o a los Órganos de Montoro. Sorprende por otra parte que, si estos Monumentos se han podido crear sin ningún tipo de rechazo de la población, hace cinco años no se pudiera ni debatir la figura de Paisaje Protegido (que, aun no siendo perfecta, podía conllevar un desarrollo con importantes repercusiones en una población necesitada de proyectos, y en una extensión lo suficientemente amplia).

Por eso, resulta obvio reclamar una mayor seriedad en las propuestas, que deben basarse en un verdadero intercambio de ideas. No resulta fácil conjugar una población reticente a cualquier cambio (y cuya valoración del entorno está basada en su complicado quehacer diario) y una Administración que nunca ha demostrado una verdadera apuesta por el mundo rural (con proyectos puntuales pero sin claros objetivos de desarrollo global). Y en medio, un Paisaje con mayúsculas, que periódicamente es agredido (incendios, parques eólicos, canteras, etc.) con una fuerza digna de nuestra época: cualquier afección actual supera en intensidad a las que nuestro territorio ha recibido en décadas.

Y es que podemos llamarle Paisaje Protegido, Carta del Paisaje o Plan de Desarrollo Rural Sostenible. El nombre resulta coyuntural según el momento, con pequeños matices en las formas, pero el fondo corresponde a la necesidad real de conjugar el desarrollo con el respeto a un entorno de gran valor.


Autor del texto: José Manuel Salesa Ariste

Autor de la ilustración: Juan Carlos Navarro

Colectivo Sollavientos

miércoles, 23 de febrero de 2011

LA EXPERIENCIA FLUVIOFELIZ


Javier Martínez Gil se encuentra celebrando su reciente jubilación como catedrático de Hidrogeología, después de haber ejercido como tal en las universidades de Salamanca (1972-1979) y Zaragoza (1979-2009). Siempre fue un profesor e investigador un tanto atípico, que consideraba natural extender su actividad más allá del ámbito académico para adentrarse en el campo de la reflexión y el activismo social, cultural y medioambiental. Nunca ha rehuido los terrenos conflictivos donde se libraban polémicas conceptuales y contenciosos socioeconómicos en torno al uso y gestión del agua. Hace pocas décadas, el agua en Aragón evocaba ante todo las reivindicaciones desarrollistas de Costa basadas en la expansión del regadío, convertidas en mito y coartada por regantes, por ciertos sectores aragonesistas y por finos calculadores del kilovatio hidroeléctrico. Luego vinieron las luchas populares contra los proyectos de trasvases y de grandes embalses pirenaicos. Y algo después, el despertar de una conciencia distinta, que veía en el agua oportunidades no tanto de desarrollo económico como de desarrollo humano, que buscaba no tanto recuperar los ríos y sus ecosistemas como recuperar flujos de valores, sentimientos y emociones. Había nacido la Nueva Cultura del Agua; Javier fue su partero.

Desde el privilegiado observatorio de su experiencia y su sensibilidad, y desde esa perspectiva holística que ha ido ganando terreno, cada vez más, en su pensamiento, Martínez Gil nos sorprende ahora con una nueva vuelta de tuerca. “La experiencia fluviofeliz” es, según confesión de su autor, un libro “inútil” sobre hidrología humanística. En él se critica el sentido actual del progreso, la codicia como motor básico de los mercados, y se reivindica el valor revolucionario de la bondad. El libro narra una experiencia vital, personal y colectiva. En torno al río se disfruta la belleza, se ralentiza el tiempo; desde dentro de la corriente, el mundo se ve con dimensiones distintas. Compartiendo la deriva sobre el agua, se tejen redes de amistad, se destapa la ternura pudorosamente oculta, y surge espontáneo el fluvioabrazo. “La experiencia fluviofeliz” es poesía práctica; un libro “inútil”, en suma, sobre cosas tan necesarias “como el aire que aspiramos trece veces por minuto”.

José Luís Simón

El librito está publicado por la Fundación Nueva Cultura del Agua.

Su localización es:

c/ Pedro Cerbuna, 12

(Residencia de Profesores, 4º dcha)

50009 Zaragoza (España)

Tel. 976 761 572

fnca@unizar.es

http://www.unizar.es/fnca/index3.php?id=1&pag=3&tip=3&referencia=otros15

http://www.fnca.eu/

domingo, 20 de febrero de 2011

AFECCIONES PAISAJÍSTICAS Y FUTURO (VI)




PENSAR SECARRAL


“Aquí que no hay nada, sólo un secarral, viento y polvareda. Y niebla en invierno, cuando el cierzo respeta los aires y apacigua el tiempo bajo cero.”

E. J.


Esto, que bien podría ser el verso de un poema, o la frase de una novela que describe un pensamiento, un sentido de ánimo del terruño, una frase sacada de contexto… Esto, que bien podría ser poesía y fantasía, arraiga en el ser apacible del bajoaragonés de a pie. Es interiorizado desde la más tierna infancia. Es heredado de aquellos que rompían con aladros y vertederas la tierra dura para esperar años de bonanza que nunca llegaban. Es recordado, entre añoranzas y amarguras, por los miles de personas que abandonaron su pueblo por “tierras al este, donde hay trabajo y pagan”.


No es del todo cierto que se ama lo que se conoce. Somos hijos del cabezo pelado, del aire seco y del sol abrasador. De la sombra de la ginesta o el olor del tomillo. Del vuelo del “esparvero”, del canto de la cardelina, de estíos secos o vales yermas. Es el paisaje cultural de nuestra niñez. Lo conocemos, como un decorado donde nuestras fotos se hacen sin ni siquiera pensarlo.


No lo desconocemos, pero tampoco lo pensamos. Quiero decir, no lo interiorizamos como propio ni somos capaces de extraer sus valores, de tanto verlos.


Y con ese bagaje tan pobre, que evita el cariño de una imagen y el apego de la tristeza, la meditación y el camino, acompañamos hoy en día unos proyectos difíciles de entender en otras latitudes, pues consideramos en inferioridad natural nuestro pequeño mundo-territorio-paisaje-cultura en relación a vergeles-paisajes que sí consideramos, por tradición, por enseñanza y por pensamiento, como patrimonio digno de ser r protegido.


Así pues, en general, hay un escaso movimiento ciudadano en lo que a macroproyectos con alto impacto ambiental y paisajístico se refiere en el Bajo Aragón Histórico. Y el que hay, debido a la presión partidista y “mediática”, se suele ningunear e incluso sale de “tapadillo”, como un refuerzo del pensamiento imperativo, político, correcto y desarrollista. En resumen, en gran parte de las ocasiones el inconformismo, cuando se quiere ser correcto, es utilizado a favor del proyecto en cuestión, pues se cuelgan cabezas de turco en el discurso demagógico oficial.


Que la ribera del Martín y del Aguasvivas se convierta en un vertedero es cuestión de tiempo. Que sus habitantes crean que todo es posible, porque viven en un secarral triste, feo y sin valores, es cuestión de educación y respeto. Que la coyuntura económica y la apatía oficial y ciudadana favorece estas premisas es obvio y objetivo.


La tierra no es nuestra. Ni el agua. Pero forma parte de nosotros.


Como decía el poeta: “O el compañero del agua… el secarral”



Autor del texto: Víctor Manuel Guíu Aguilar

Autor de la ilustración: Juan Carlo Navarro

“Colectivo Sollavientos”

domingo, 13 de febrero de 2011

AFECCIONES PAISAJÍSTICAS Y FUTURO (V)



PAISAJES EN MUDANZA

Cuando hablamos de paisaje podemos pensar en que hay distintos tipos: natural, humanizado, rural, urbano, agrario, industrial…Sólo el paisaje natural no sería fruto de las acciones de una sociedad que ha ido evolucionando y dejando su huella allá donde se asienta.

En Teruel, el paisaje natural no se encuentra fácilmente; sus habitantes hemos tenido acceso desde tiempos inmemoriales a casi todos los rincones. Concretamente en la comarca del Maestrazgo, venciendo su orografía abrupta, nuestros antepasados comenzaron a ganar terreno para la agricultura dejándonos un paisaje humanizado aún en los más empinados montes. En el último siglo de evolución nuestra sociedad estamos contribuyendo al cambio, hasta “fijar” la identidad del territorio.

La implantación de la maquinaria agrícola produjo un cambio importante: se comenzó a ganar más terreno para la agricultura y se incrementó el cultivo de cereal para una actividad que era el sustento principal por aquella época: la ganadería. Las grandes máquinas retroexcavadoras acabaron eliminando pequeños bancales a los que sólo se tenía acceso mediante animales de labor. Igualmente se hicieron desaparecer ribazos, con toda la vegetación y animales que en ella se cobijaban, y se comenzó a roturar lo que antes eran terrenos yermos.

Otra parte del paisaje objeto del cambio son los ríos. Antiguamente en las riberas se plantaban chopos (populus nigra) y espino albar (crataegus monogyna ) para evitar desbordamientos y que el agua no entrara a las huertas cercanas. Hoy día el problema de la inundaciones trata de resolverse mediante actuaciones mucho más agresivas (“limpieza” y dragado de cauces, construcción de motas…) a la vez que invadimos las llanuras de inundación de los ríos con construcciones y nuevos desarrollos urbanos.

En el monte se construían casetas para refugio de los pastores, mediante piedra seca para los muros, ramas de árboles para las vigas y barro como elemento aglutinante bajo las tejas. Los huecos generados eran propicios para que anidasen pájaros, que quedaban a salvo de sus depredadores. Posteriormente, otros materiales usados en el cubrimiento, como la uralita, ya no posibilitaban que las aves pudieran anidar.

Las minas, necesarias para el desarrollo, han hecho desaparecer montañas enteras al explotarlas a cielo abierto. En el caso de ser restauradas con éxito, las tierras vuelven a ser útiles para la agricultura, pero se habrá producido inevitablemente un cambio en el paisaje: éste ha sido amoldado para el uso humano, pero a la vez la flora y fauna encuentran dificultades de adaptación a las nuevas condiciones. Otro problema para el paisaje supone la falta de restauración de esas explotaciones mineras o su restauración deficiente, hecho muy común.

De un territorio surcado por caminos de herradura, caminos carreteros y vías pecuarias en el siglo XIX, hemos pasado a otro atravesado por amplias carreteras asfaltadas que salvan cualquier dificultad orográfica. Muchos terrenos repoblados con pinar en las décadas centrales del siglo XX dieron lugar a montes espectaculares, que luego están siendo, en muchos casos, pasto de las llamas.

Deberíamos ser conscientes de que la inhibición de las últimas generaciones en la conservación del paisaje que las generaciones anteriores nos han legado. La espiral de nuestra sociedad de consumo abandona lo que no es rentable económicamente. Si seguimos por este camino ¿qué será del paisaje en los tiempos venideros?. Cuidar la Tierra y los paisajes que contiene debería ser prioritario frente a muchas otras actuaciones perjudiciales. El jefe Seattle de la tribu Suwamish, escribió en 1855: Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.


Autor del texto: Julia Escorihuela

Autor de la ilustración: Juan Carlos Navarro

Colectivo Sollavientos


domingo, 6 de febrero de 2011

AFECCIONES PAISAJÍSTICAS Y FUTURO (IV)



Ecoconstrucción y paisaje


Recientemente, paseando por la ciudad, pude leer en una furgoneta aparcada en la calle el anuncio de “Ecoconstrucción, Paisajismo, Reformas… y Albañilería en general”. Tras la sorpresa inicial, me dio qué pensar. La primera pregunta que se me pasó por la cabeza fue la de qué tiene que ver la albañilería con el paisaje. ¿Será por aquello de los “paisajes interiores”? ¿O quizá fuese que todo, absolutamente todo, es “paisaje”?. La segunda fue la significación concreta del concepto de “ecoconstrucción”. ¿Sería la moda del “todo es ecológico” que nos invade, o habría algo serio tras la propuesta?

¿Puede “construirse paisaje” dentro de los parámetros ecológicos? Yo no puedo saber qué hacen exactamente los albañiles de la furgoneta, pero la respuesta es que sí: por ejemplo, es lo que ha estado haciendo la sociedad tradicional rural a lo largo de la historia. Sin duda, los paisajes de laderas abancaladas son el máximo exponente, pero en general, la sociedad tradicional no sólo ha dejado una huella indeleble en la naturaleza, no sólo ha “construido” el paisaje, sino que lo ha hecho con la utilización de criterios ecológicos: entre otras razones, porque se le iba la vida en ello. Las laderas abancaladas, por ejemplo, son un magnífico sistema para retener el suelo y dificultar la erosión.

Hace unas semanas, un artículo de Fermín Villarroya en esta misma sección nos hablaba de las bases del paisaje: bases naturales y bases antrópicas. Naturaleza y huella del hombre. Pero, siendo importantes las bases naturales (geología, relieve, vegetación, fauna…), en un paisaje como el de la montaña mediterránea, la base antrópica es esencial. Estamos delante de un paisaje construido por el hombre, desde los primeros pobladores (Edad del Bronce, iberos, romanos, árabes…) hasta nuestros abuelos o nosotros mismos. A veces, con sentido ecológico y con armonía. Otras veces, no.

Porque, si existe “ecoconstrucción”, hemos de aceptar que también existe “ecodestrucción”. En cierta manera es lo que está ocurriendo actualmente con el abandono de los sistemas de defensa contra la erosión de la sociedad tradicional (bienvenidos sean los proyectos de recuperación del “paisaje de la piedra seca”). En contrapartida, ganan los procesos naturales de regeneración de la vegetación, al disminuir la presión sobre el bosque. En síntesis, en las tierras turolenses se han invertido actualmente los procesos: ganan la ecoconstrucción natural y la ecodestrucción antrópica.

Y es que los paisajes están mutando continuamente, en función de la mayor o menor presión del hombre sobre ellos. Ahora bien, no podemos aceptar que, puesto que al final todo es paisaje, “todo vale”. Está en nuestras manos potenciar los criterios ecológicos en nuestras decisiones, así como elegir el grado o proporción de las componentes naturales y antrópicas. Si algún día se construye una mina de arcillas al aire libre delante del pueblo de Aguilar del Alfambra, evidentemente formará parte de su nuevo paisaje, para desgracia de sus vecinos. Pero, desde luego, no será un ejemplo de ecoconstrucción, como no lo es el “nuevo paisaje” de Riodeva.


Autor del Texto: Alejandro J. Pérez Cueva

Autor de la ilustración: Juan Carlos Navarro


Colectivo Sollavientos