jueves, 26 de agosto de 2010

LA “SOLEDAD” DEL INAGA

















A mediados de los años 50 se puso en venta la Masía del Henar, en Allepuz. Se fraccionó en lotes equivalentes y se sorteó entre unas 40 familias, que se apuntaron esperanzadas a la insaculación. La mano inocente de una niña determinó el destino inmediato de las parcelas. Y también posiblemente su futura historia. A pesar de que la emigración estaba ya haciendo estragos entre la población rural, unas 40 familias asumieron gustosas una época de sacrificios para adquirir esas pequeñas parcelas, con el recuerdo inmediato del hambre de la postguerra.
En el reciente proceso de alegaciones al proyecto de extracción de arcillas de la empresa Pàndols, proyecto que pretendía extraer 10’5 millones de m3 de arcillas durante 41 años en estas parcelas enfrente del pueblo, numerosos particulares mostraron su rechazo. La mayor parte de ellos eran descendientes de los vecinos que participaron en este reparto, y también en otro que tuvo lugar en tiempos de la II República, el Mas del Río, otra gran finca cercana al pueblo. Y es que nadie quiere desprenderse de unas tierras que, en su momento, fueron sustento y esperanza, y que tantos sacrificios les costaron. Quizá el INAGA (Instituto Aragonés de Gestión Ambiental), organismo encargado de emitir la Declaración de Impacto Ambiental, quedase sorprendido por este amplísimo rechazo social; ésta es su explicación.
La resolución del INAGA declarando desfavorable e incompatible este proyecto minero de la empresa Pàndols en Allepuz es contundente: a) recoge este el amplísimo rechazo social, b) declara la incompatibilidad de la actividad minera con las actividades agrarias, residenciales, cinegéticas… actuales, y con el modelo de desarrollo turístico basado en el respeto a la naturaleza y el paisaje, en el que cifra sus esperanzas el municipio y c) cita las deficiencias del estudio de impacto ambiental de la empresa, a la vez que pone de manifiesto el peligro de vulnerabilidad ambiental. Buena parte de la contundencia está basada en argumentos propios del INAGA, que no se limita a refrendar lo planteado en las alegaciones. En este sentido, se trata de una resolución modélica.
Pero, por desgracia, en muchas ocasiones el INAGA no puede apoyarse en la conflictividad social, ni en unas alegaciones técnicas que le ayuden a desenmascarar el problema, que pongan el contrapunto a la “arcadia feliz” que plantean todos los proyectos mineros. En estos casos el INAGA debe dictar sus resoluciones en “soledad”. Pónganse Vds en la piel de quien debe dictar la resolución: le llega un proyecto que puede ser un verdadero despropósito y nadie reclama nada.
Las circunstancias del INAGA en Teruel son especiales. En otras provincias, cualquier proyecto, sensato o insensato, suele generar contestación, y los departamentos ambientales pueden y deben situarse en el centro del conflicto. Su función es la de ser imparciales, y garantes de la sostenibilidad y consideración del valor de los recursos
naturales y socioculturales. En Teruel, con muchas comarcas en que la densidad de población es inferior a un habitante por kilómetro cuadrado, no existe suficiente “masa crítica” para equilibrar los conflictos: la población local ni se entera de los proyectos –o lo hace tarde-, ni sabe como actuar, ni tiene medios para hacerlo. Por ello, el INAGA no tiene más remedio que tomar resoluciones desde su “soledad”.
Cuando funciona bien el sistema, la sociedad ayuda a la administración a tomar las decisiones. Cuando falla algún elemento, como es el caso del palmario desequilibrio entre las empresas que presentan proyectos mineros en un territorio, y la escasísima población que lo habita, la administración debe suplir estas carencias. Creo que es un proceso en el que ambos, administración y sociedad, hemos ido aprendiendo, en especial durante la última década. La población del Teruel interior ha comprendido la importancia de contestar, y se está organizando, y el INAGA ya no interpreta los silencios como asentimientos: En el Teruel interior, quien calla no otorga, simplemente no existe.

Alejandro J. Pérez Cueva
Colectivo Sollavientos