sábado, 31 de julio de 2010

"Paisajes Naturales de la Región del Maestrazgo y Guadalope". Su lectura 25 años después.

























A través de este enlace, os damos acceso al contenido del libro "Paisajes Naturales de la Región del Maestrazgo y Guadalope", editado por la Mancomunidad Turistica del Maestrazgo en 1983, y reeditado en formato digital por el Colectivo Sollavientos en Julio de 2010.

Os animamos a releer este texto sobre el paisaje del Maestrazgo, un paisaje puesto en valor hace 25 años por su autores.

Alejandro Pérez, José Luís Simón y Manuel J. Vivo, tanto en su trayectoria profesional como personal continúan esforzándose por conocerlo y por divulgar a sus pobladores y al exterior sus peculiaridades y singularidades. El olvido es la mayor amenaza para estas tierras, y probablemente, en la actualidad, el paisaje, que engloba valores culturales y naturales, constituye el principal recurso para este territorio, pensando en su futuro.

http://docs.google.com/leaf?id=0B5kgqkFSRheDMjFlNzgzZTUtN2I4MC00MDY4LTg5MGEtMjcxZjYzNWRiMWQ2&hl=en

domingo, 25 de julio de 2010

El futuro de los montes, incendios forestales en la provincia de Teruel (y VII)




La patología de la gestión de los recursos naturales


El 22 de julio de 2009 “estallaban” numerosos focos de incendio en la provincia de Teruel, fruto, en principio, de unas condiciones meteorológicas muy adversas. Fue invocada la regla del 30 (más de 30ºC de temperatura, vientos superiores a los 30 km/h y humedad inferior al 30%), y alguien recordó que eran las peores condiciones en 15 años.


El episodio dio lugar en el momento a numerosas declaraciones, y todavía se continúan exponiendo múltiples puntos de vista, algunos retrospectivos, buscando causas y culpables, otros proyectivos, buscando soluciones y oportunidades. Véase en este sentido el magnífico artículo de J.M. Salesa en esta misma tribuna abierta (http://nuestrosmontesnoseolvidan.wordpress.com/2010/04/20/compartimentos-estancos/).


En definitiva, el tema de los incendios forestales es sumamente complejo, pero tiene un gran riesgo: se presta a decir mucho y no hacer nada. Como ciudadano me toca el papel de “decir”, de lanzar alguna pequeña aportación a un tema que me preocupa, y quisiera centrar la cuestión en un estadio de reflexión previa y general sobre la gestión de los recursos naturales y sus patologías: el del abuso de lo que los investigadores Holling y Meffe denominan comando-control en la gestión de los ecosistemas.

El control es consustancial a las sociedades humanas contemporáneas. Continuamente, mediante leyes, reglamentos, protocolos de actuación, etc., se trata de mantener la estabilidad de los sistemas que afectan al ser humano, en busca de salud y felicidad. Los ecosistemas no se libran de este comportamiento. De hecho, a medida que la población aumenta y los recursos naturales escasean, cada vez hay más presión de control. Hoy en día, por ejemplo, un ciudadano de Teruel puede verse multado por arrancar una aliaga o un erizo del monte, cuando antaño era una práctica habitual para encender los fuegos caseros.

Pero el aumento del control en los ecosistemas nos lleva a una paradoja esencial de la conservación de la naturaleza: buscamos preservar lo que debe cambiar. Sin embargo, la tendencia natural de nuestra sociedad es la de responder con mayor control a comportamientos erráticos, sorprendentes o catastróficos de los ecosistemas. Con ello, sin darnos cuenta, podemos estar creando una “patología” en el manejo de los recursos naturales, entendida como una pérdida de elasticidad del sistema frente a factores externos, de la que se derivan sorpresas y nuevas amenazas. Si se llega a ello, los resultados ambientales-sociales-económicos producidos desde la óptica del comando-control son insostenibles. Este parece ser el caso de la gestión de bastantes montes turolenses y de su riesgo de incendio.

Ante los incendios forestales tenemos dos caminos. Uno es eliminar la investigación y el monitoreo, y concentrarse en la eficiencia y el control. Con ello, cada vez seremos más dependientes del control, necesitaremos aplicar cada vez más capital y acabaremos ignorando los cambios ecológicos y sus riesgos de colapso. El otro es el camino de las estrategias innovadoras que persigan potenciar ecosistemas más elásticos. Según Holling y Meffe, la gestión debe esforzarse en conservar los tipos y magnitudes de variación natural críticos de los ecosistemas, a efectos de mantener su elasticidad. Si se hubiese seguido este camino, quizá no se hubiesen podido evitar los incendios de julio del 2009, pero sin duda hubiese sido mucho más reducida su virulencia, y las posibilidades de regeneración natural serían ahora mucho mayores.

Como muy acertadamente señalaba J.M. Salesa, ésta puede ser una oportunidad para impulsar el mundo rural como sector estratégico. Desde aquí queremos sumarnos a esta idea de oportunidad, de mirada hacia adelante, en este caso para rediseñar la gestión de nuestros montes y no incurrir en patologías de comando-control. Y no piensen nuestros políticos que les va a salir más cara la factura. Todo lo contrario.



Alejandro Pérez
Colectivo Sollavientos

lunes, 19 de julio de 2010

EL FUTURO DE NUESTROS MONTES. LOS INCENDIOS FORESTALES EN LA PROVINCIA DE TERUEL (VI)




CASTELFRÍO: RECUPERAR UN PAISAJE TRAS EL FUEGO (II)

No comparto la idea de que sea posible hacer desaparecer el fuego, como riesgo que amenaza nuestro entorno. El fuego ha intervenido en la configuración de los paisajes que hoy tenemos, resultado de la gestión del territorio realizada en otros momentos en que la vida dependía de disponer de pastos para el ganado o de obtener nuevas áreas de cultivo. Soy consciente de que la climatología tormentosa lleva aparato eléctrico que genera fuegos, que si además se ve acompañada con un amplio periodo de sequía y fuertes vientos puede generar incendios de grandes proporciones muy dificiles de controlar, por más medios antiincendios de que dispongamos.
Por todo ello, apuesto por una labor preventiva de gestión en las masas forestales: generar superficies forestales con una composición y estructura capaz de resistir o resurgir tras el paso del fuego, bien haciendo disminuir la tendencia de crecimiento exponencial de éste cuando encuentra combustible, o bien resurgiendo tras su paso, minimizando los efectos posteriores. Y esto no sólo de cara a la recuperación del paisaje, también de los servicios ambientales que obtenemos de la función de los ecosistemas naturales.
En el incendio de Castelfrio observamos áreas donde el paso del fuego ha dejado un paisaje con una menor densidad de pinar, salpicado de enebros y sabina rastrera, más parecido a las áreas naturales que se conservan en los alrededores. Un paisaje quizás más cercano al que el aprovechamiento tradicional ganadero ha modelado en los últimos cien años, en este y en otros lugares de la provincia de Teruel, que ofrece mayor diversidad biológica y donde el fuego, en caso de producirse, no va a encontrar acumulación de material inflamable que favorezca su avance. La población invernante de zorzales, puede ser un buen aliado para la dispersión de semillas de estas cupresáceas, cuya comunidad ocupa una parte sustancial del espacio.
Me parece importante reseñar que la protección del suelo frente a la erosión no va ligada necesariamente a la existencia de una cobertura de bosque, sino más bien a una colonización vegetal de la máxima superficie del terreno. Por otra parte, el diseño de cortafuegos y la fragmentación de la masa de pinar no tienen por qué seguir criterios geométricos. La evolución de este incendio nos ha permitido observar cómo la orografía del terreno pone obstáculos naturales a su avance. Por ello es importante definir el lugar donde ubicar las líneas cortafuegos, adaptándolos a franjas de relieve abrupto donde la dificultad de colonización vegetal simplificará las labores de mantenimiento.
También, la gestión ganadera puede aconsejar abrir claros en medio del pinar y aprovecharlos como pastos. Deben recuperarse los tremedales, donde rezuman las aguas, alterados tras las labores de subsolado realizadas durante las repoblaciones; se trata de áreas húmedas, importantes para garantizar la pervivencia de una flora y fauna peculiar. Finalmente, es importante favorecer el desarrollo de la vegetación de ribera en torno a los barrancos naturales, con chopos y sauces, acompañados de una orla de espinos.

Angel Marco Barea
Colectivo Sollavientos.

lunes, 5 de julio de 2010

EL FUTURO DE NUESTROS MONTES. LOS INCENDIOS FORESTALES EN LA PROVINCIA DE TERUEL (V)




CASTELFRÍO: RECUPERAR UN PAISAJE TRAS EL FUEGO (I)

Tras el incendio forestal del verano pasado en Castelfrio, es unánime entre la población la impresión de que esa perturbación ha representado un desastre, una grave pérdida. En su consideración se tienen en cuenta valores sentimentales y también la pérdida del bosque, aunque no se contempla la necesidad de conservar los habitats naturales desde la óptica de mantener los servicios ambientales que proporcionan. En el subconsciente parece existir la sensación de que las catástrofes naturales conllevan la percepción de ayudas por indemnización, según se desprende de alguna manifestación.
Analizado el incendio, creo que existe coincidencia en asumir que la masa de pinar repoblada en los últimos años ha sido la más desvastada, más de la mitad del total de la superficie plantada entre 1960 y 1980. Y, aún reconociendo que parte de la fuerza que adquirió el fuego se debió a la existencia de esta acumulación de combustible, en unas condiciones ambientales desfavorables, creo que no debemos buscar responsabilidades en su existencia, sino, en todo caso, en la ineficiencia de la gestión realizada tras las labores de repoblación.
Las perspectivas de las actuaciones a realizar en la restauración parece que se orientan a volver a repoblar con pinos. Antes de ello deberíamos hacernos ciertas preguntas para definir las labores que se requieren antes y depués de la realización de esos trabajos e inversiones.
Coincido con los análisis de los técnicos en reconocer que el pino silvestre es la vegetación adaptada a las condiciones climáticas y altitud de ese territorio, sobre todo en las zonas más altas. La alternativa supone no repoblar, una situación en la que el monte evolucionaría hacía un área de pastizal de montaña salpicado de sabina rastrera y enebros, con algún rodal de pinar silvestre. Es este un paisaje que se aparta de la imagen que la sociedad, en su mayoría, ha recreado del bosque: una homogeneidad de árboles sobre un tapiz verde. En general, la sociedad no tiene consciencia de que es un habitat natural, en el que influyen los condicionantes ambientales, y donde se desarrolla una diversidad biológica capaz de sobrevivir en esas condiciones. Aparcada la rentabilidad económica de la gestión de la madera, el bosque se ha convertido casi exclusivamente en el lugar donde ir a buscar rebollones en otoño, o un espacio donde acudir en verano a sestear
Esta visión homogénea, contemplada desde la perspectiva social de cómo debe orientarse la recuperación del bosque, y que bajo mi opinión no esta avalada con el conocimiento de las investigaciones actuales de la ecología, contrasta con la heterogeneidad que debe primar en su composición y en base a ello en la gestión a ejecutar en su conservación. Desde mi punto de vista creo que es necesario recuperar un ecosistema capaz de volver a ofrecernos esa riqueza de servicios ambientales, que va desde la función de almacenar CO2, proporcionar oxigeno, regular el agua, frenar la erosión del suelo, ofrecer un lugar donde vivan gran variedad de fauna y flora, hasta proporcionarnos un lugar para pasear, reflexionar, recuperar el retorno a la naturaleza.

Angel Marco Barea
Colectivo Sollavientos.