lunes, 10 de mayo de 2010

PARQUE CULTURAL DEL CHOPO CABECERO EN EL ALTO ALFAMBRA (11)


Sentimientos que inspiran los Chopos Cabeceros junto al río
Los chopos cabeceros, Pópulus nigra, majestuosos, altos y gruesos, tienen coloridos muy variados desde el verde intenso en primavera al amarillo oro en el otoño, pasando por una desnudez en invierno que deja entrever, con sus ramas sin hojas, el paisaje que queda detrás.
El chopo cabecero es un símbolo importante en el paisaje de Teruel, un árbol que inspira sentimientos de bondad. Hace varias décadas aportaba una materia prima, la madera, de gran utilidad en la vida cotidiana de las personas que trabajaban en el campo. Resultado de una antigua actividad agroforestal, estos chopos son árboles trasmochos cuyas ramas, rectas y altas, eran empleadas para vigas en la construcción de casas, corrales y parideras, leña para los hornos de cocer el pan o para las estufas para calentarse y guisar, como estacas para las hortalizas trepadoras, utensilios para comederos de los animales, o sombras para descansar en la época estival el ganado ovino, caprino y vacuno, entre otros muchos usos. Todo el árbol tenía utilidad.
Estos chopos han jugado un papel importante en los ríos. Gracias a ellos las huertas se han salvado de ser inundadas; marcan el cauce del río con grandeza, con señorío, y más si ha existido un orden al plantarlos y se ha cuidado la poda. Si están podados en desorden, intercalados, pronto sufren las consecuencias, los de la sombra se inclinan buscando el sol, lamentando no estar a la altura de los que les proporcionan una sombra indeseada. El paisaje de los ríos está cambiando paulatinamente, los chopos desaparecen por las inclemencias del tiempo, por falta de cuidados; debajo de ellos están naciendo y creciendo enebros y sabinas, con los años existirán problemas en la poda, dado que las sabinas alcanzan gran altura.
Estos árboles son un patrimonio natural que se debe cuidar. Un claro ejemplo de una actuación que los ha perjudicado está en la cabecera del Guadalope. En la década de los 70 se arrancaron de raíz los chopos cabeceros a lo largo de un tramo de unos 3 km. Los sustituyeron por chopo canadiense, apto para explotación privada en bancales. A la vista está el deterioro del río: plantaron sarga para marcar el cauce y cuando hay crecida del río, las sargas y los materiales arrastrados obstruyen el paso del agua. El río va cada vez por un lugar diferente, lo que ha perjudicado a la fauna: truchas, topos, reptiles, anfibios y nutrias. Para estos animales el agua, las cavidades entre las raíces y la permanencia del curso por el mismo lugar son su seguridad y su refugio.
Sería conveniente que las instituciones públicas protegieran este patrimonio prestando la ayuda necesaria para podar los chopos. En este momento corren un serio peligro de desaparecer. Hay chopos a los que se les están secando los extremos de las ramas y si pasa una década más muchos desaparecerán y con ellos se perjudicará a la pirámide ecológica de esta zona; en los huecos de sus grandes troncos se cobijan numerosas aves e insectos. Sería conveniente actuar de inmediato en los chopos centenarios y después replantar donde se considere oportuno. La madera de chopo hoy en día no resulta rentable, por ello los propietarios no se hacen cargo de los cuidados que precisan estos árboles.
El chopo cabecero es una gran riqueza natural. Resulta agradable dar un paseo por un camino al lado del río y bajo su sombra, oír cómo el viento mueve sus hojas, descansar apoyado en su grandioso tronco, coger unas setas de chopo que están riquísimas guisándolas con su propia leña; cuántas historias albergan de nuestros antepasados. En la época de la siega su sombra era el lugar más propicio para comer y descansar. Si los campos de cultivo estaban alejados del domicilio, el chopo mantenía sus alimentos a la sombra más frescos; ir al domicilio a comer no tenía sentido por pérdida de tiempo, pues no había vehículos.
El paisaje es belleza, es el sentimiento que nos rodea. Somos hijos del esfuerzo de nuestros mayores; el paisaje es vivir, vivirlo sintiendo. Si no se siente, el paisaje está condenado, sencillamente porque es el desmoronamiento de la cultura, es la falta de sensibilidad lo que permite el ecocidio. Andamos anestesiados con relación a lo que nos rodea. Garcilaso de la Vega en un poema dice: “… si preguntado/ soy lo demás, en lo demás soy mudo”.
Somos el agua, la tierra, el aire, la energía, las raíces. Todos estos elementos vinculados viven dentro de cada uno de nosotros. Hay que apostar por estos árboles: que no desaparezcan y sean una riqueza que disfruten las generaciones venideras. Orgullosos del legado que ya recibimos ¿seremos capaces de dejárselos y enseñarles a cuidarlos? Hay que intentarlo.

Julia Escorihuela
Colectivo Sollavientos

No hay comentarios: