lunes, 26 de octubre de 2009

DEBATE SOBRE LA DESPOBLACIÓN RURAL EN TERUEL (IV)



La dureza del mundo rural: una visión personal









Quiero sumarme al debate sobre la despoblación rural desde una perspectiva personal. Resido en uno de esos pueblos en proceso de despoblación, y viví mi infancia en una masía. Por ello comprendo perfectamente las “claves sociológicas” a las que aludía Victor Guíu en el anterior artículo de esta “serie”: porqué se marchó la gente y lo siguen haciendo los escasos jóvenes que quedan.

La vida de los pueblos y las masías ha desaparecido por su dureza. Trabajar en la agricultura y la ganadería hace años era casi una esclavitud. Cuando se produjo la migración masiva a las ciudades, la mayor parte de las masías vivían con unos pocos animales, dos bancales para cereal, un pequeño huerto…, todo para consumo propio. Los que tenían más fincas ya vendían productos del campo, y ello se empleaba en adquirir maquinaría para evitar trabajos pesados, como era el subir el trigo al granero con sacos, o cargar alpacas de paja y de forraje en un remolque, con varias capas. Los ganaderos salían temprano para pastar en los lugares comunes (sociedades ganaderas o monte común) y el que antes llegaba, mejor para sus ovejas. En casi todas las casas de los pueblos había pequeños rebaños, y de los ganaderos siempre se ha dicho "capital en sangre, capital en el aire".

Estos pequeños ganaderos y agricultores, hace cuatro décadas, trabajaban todos los días. No existían fines de semana. Los animales comen todos los días, y no había otros medios de alimentarlos que la comida del campo y sus productos. Los agricultores mejoraron con la aparición de maquinaria agrícola –tractores, cosechadoras…- Los más pudientes económicamente estaban más mecanizados y los menos se marcharon a la ciudad en busca de una vida mejor, según ellos. La realidad la sabrá cada uno al paso de los años, y ahora son los nietos de esas generaciones los que piensan que la vida en los pueblos está muy bien: claro, en fines de semana y vacaciones.

Otro problema de los pueblos es la educación, los estudios. Nada comparable a lo que ocurría en mis años de escolar. Yo, con cinco años, tenía que ir a la escuela una hora caminando de ida y otra de vuelta, por monte a través. Hoy se ha mejorado ese aspecto, los autobuses los llevan a los niños a la población en que hay instituto. Un problema resuelto. Pero lo duro para la economía familiar viene cuando salen a estudiar a la capital. Los pagos se incrementan, de igual modo que los que viven en la ciudad y el hijo se va a estudiar a otra universidad.

Aún así, no hay que ser pesimista. La vida en los pueblos tiene que seguir. Desplazarse ya no es ningún problema, aunque requiere una organización. En alguna comarca, por ejemplo, ya llevan a los mayores a la consulta médica a Teruel en turismos de siete plazas. Los que viven en el extrarradio de las grandes capitales también tienen problemas de tiempos y medios de transporte.
Cuando los ayuntamientos no se puedan hacer cargo de los pueblos, tendrá que ser el propietario de la casa el que se resuelva todos los problemas, como antes en las masías. En una masía nadie te resuelve nada: luz, agua, grupo electrógeno, pozo de captación subterránea, pistas para los accesos, si se acababa el pan, te lo hacías … Así, todas las tareas habituales .

En definitiva, vivir en el mundo rural es duro -aunque también lo es en la ciudad. En su momento fue la causa de que la gente emigrase y los pueblos se quedasen casi vacíos. Pero, aunque los pueblos desapareciesen poco a poco, se suprimieran los Ayuntamientos, se convirtieran en “aldeas” de pocos vecinos, la vida nunca llegaría a ser tan dura como lo fue en las masías.

JULIA ESCORIHUELA

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