viernes, 27 de junio de 2008

EL VALOR DEL PAISAJE



Alguien dijo una vez que “la dimensión del espacio depende de la amplitud de nuestra mirada”. Descubrimos en el paisaje lo que nuestra formación, nuestros sentimientos y nuestras vivencias nos permiten captar. Vale la pena, pues, suscitar una reflexión sobre la idea de paisaje para aprender a leerlo y a valorarlo en su justa medida.
La palabra “paisaje” es multidimensional y tan compleja que cualquier definición resulta incompleta. Quizás la definición más ecléctica y consensuada es la propuesta por el Convenio Europeo de Paisaje (2000): “Paisaje es cualquier parte del territorio, tal como la percibe la población, cuyo carácter es el resultado de la interacción entre el hombre, la naturaleza y el tiempo”. De ella se desprende que todo es paisaje, desde lo excepcional a lo cotidiano, que se trata de una concepción humana, mediatizada por el bagaje cultural y la personalidad del observador y que, al estar sometido a interacciones a lo largo del tiempo, significa dinamismo y cambio.
Su tratamiento científico puede ser abordado desde distintas perspectivas complementarias, sean ecológicas, estéticas o culturales, contemplando éstas últimas al hombre como agente modelador -paisaje construido- y sujeto experiencial –paisaje vivido, porque la lectura biofísica del paisaje no puede disociarse de la antropológica e histórica.
El paisaje representa la proyección cultural de una determinada sociedad en el espacio y su dimensión significativa provoca sentimientos en virtud de las experiencias individuales y colectivas asociadas al grupo de pertenencia. Es un elemento de identidad, un espacio compartido por un grupo de gente y, de esta manera, adquiere una dimensión simbólica y patrimonial.
La actual demanda de “paisaje” por parte de las sociedades urbanas occidentales lo convierte en un importante recurso y lo dota de un valor económico. Pero ¿cómo valorar el paisaje? El paisaje actúa como espejo del espectador y cada cual tiene su ideal de paisaje, modificada a medida que se va profundizando en su conocimiento. Su valorización suele responder a una mirada externa, que lo convierte en una simple imagen de postal. Las percepciones de las poblaciones locales poseen otras peculiaridades y van desde una simple visión utilitarista, depreciando su valor global, hasta la atribución de profundas connotaciones emocionales y simbólicas. Por lo expuesto, la legitimidad para hacer una valoración de la calidad de paisaje es, cuando menos, dudosa. Todo paisaje, como toda cultura, es válido. Hay paisajes diferentes, pero no superiores ni inferiores; todos tienen su valor singular.
En Teruel, los factores naturales se han unido a la acción humana a lo largo de la historia para dotar al territorio de una variedad paisajística extraordinaria. Esta riqueza es una de nuestras señas de identidad y un recurso que influye en la calidad de vida de los ciudadanos, constituyendo a la vez un buen indicador de nuestro nivel de desarrollo y cultura. El paisaje forma parte del patrimonio material e inmaterial turolense, por lo que debe ser tratado como bien común, definiendo unos objetivos de calidad y unas correctas líneas de gestión que garanticen a las futuras generaciones su uso y disfrute.

MªVICTORIA LOZANO TENA

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