viernes, 18 de abril de 2008

LA CRÍTICA DESDE LA SOCIEDAD CIVIL



Asusta en ocasiones oír comentarios de ciertos políticos. Supongo que en muchas ocasiones son comentarios dichos a la ligera, sin pensar. En las innumerables ruedas de prensa, entrevistas, fotos y demás se dicen muchas cosas y, por supuesto, es difícil calibrar si lo que se dice es acertado o no. A todos nos pasa, pero hay que tener un poco de disciplina para no caer en errores que luego ponen a cada uno en su sitio.
Hace poco oía un comentario político en el cual se insinuaba que cómo era posible que hubiera asociaciones civiles que criticaran a un gobierno que, en ocasiones, mantenía a dichas asociaciones con subvenciones públicas. No me dirán que no es una “barbaridad”. Pero creo que la barbaridad no es que se dijera, sino que realmente sea algo que se piense (creo que sí) en muchos partidos e instituciones gubernamentales.
La sociedad civil es algo necesario en una democracia. Es fundamental reforzar su posición independiente y su aspecto crítico con el mundo que nos rodea. Quien más o quien menos pertenece a una asociación y entiende que, en pública concurrencia, puede obtener fondos públicos y privados en defensa de sus intereses. Y no por ello renunciar a dichos intereses y objetivos por haber recibido de uno y de otro.
No me cabe duda, y es algo que se puede demostrar, que la politización (en el sentido partidista) de la sociedad civil española es un hecho. Un hecho que puede responder o no a la madurez democrática de nuestro país. Pero, para los idealistas como yo, es un hecho que pone en cuestión muchos aspectos de la política y del sistema. Tanto a nivel estatal como regional y local, asistimos una y otra vez a ejemplos de politización de la sociedad civil. Las instituciones que se mantienen independientes suelen recibir candela de un lado y otro. Las necesarias reformas que permitan la consecución de fondos para no depender de nadie ni siquiera se plantean. Aunque supongo que es difícil.
El clientelismo puede que sea habitual. El control a través de subvenciones que algunos insinúan puede que exista, pero la sociedad civil debe de ser, debe de constituirse, en un contrapoder estatal que eleve la voz (sea ésta minoritaria o no) contra los excesos o contra la aburrida burocracia. No se puede, o no se debería, comprar a la gente.
Los partidos se nutren, como es normal, de aquellos miembros de la sociedad civil que destacan, pero, aun así, dichos miembros deberían saber situarse, coherentemente, en el discurso que en cada caso les tocara defender. Podría ser posible, ¿por qué no?, que un miembro de la asociación X pudiera defender como presidente de la asociación un discurso y, como político, tuviera que defender otro. Los problemas de conciencia son de cada cual, pero los de la coherencia de un determinado cargo, sea éste político o civil, son un problema de muchos.
Insinuar que la sociedad civil “amamantada” por papá gobierno tiene que ser dúctil y maleable es arruinar los principios de la democracia. El contrapoder en el que debemos convertir a los movimientos ciudadanos es la fuerza más importante que puede ayudar a mejorar y a conseguir un futuro mejor, respetuoso con el medio ambiente y donde podamos compartir, con serenidad pero con firmeza, las ideas de cada cual.
 
 Víctor Manuel Guíu Aguilar

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